Cultura

La batería metálica: gloria y tortura del jazz

Drama, música, EEUU, 2014. 103 min. Dirección: Damien Chazelle. Guión: Damien Chazelle. Fotografía: Sharone Meir. Música: Justin Hurwitz. Intérpretes: Miles Teller, J. K. Simmons, Melissa Benoist, Paul Reiser, Austin Stowell, Jayson Blair, Kavita Patil, Kofi Siriboe, Jesse Mitchell, Michael D. Cohen, Tian Wang, Jocelyn Ayanna, Tarik Lowe, Marcus Henderson, Keenan Henson. Cines: Cinesur Nervión Plaza 3D, Metromar.

Damien Chazelle es un joven guionista y director, además de jazzista aficionado, que debutó con el largometraje musical Guy and Madeline on a Park Beach, no estrenado en España, y después ganó premios en el Sundance Festival y los Bafta con el cortometraje Whiplash en el que se basa este segundo largometraje que, de golpe, le ha catapultado al olimpo del éxito, las nominaciones y los premios. Naturalmente trata del amor por el jazz y del sufrimiento que puede causar su aprendizaje cuando la autoexigencia de un joven que quiere convertirse en el mejor batería choca frontalmente -en vez de coincidir con ella- con la exigencia aún mayor del reputado como mejor, pero también más duro y hasta salvaje, profesor de un prestigioso conservatorio. Sufrimiento acrecentado por sus difíciles relaciones familiares y atenuado por una iniciática relación sentimental.

El argumento ofrece pocas novedades. Historias de superación hay muchas. Y de duros aprendizajes aún más. También artísticos. Lo admirable de esta película son las interpretaciones de Miles Teller y de J. K. Simmons. Y lo sorprendente es el tratamiento visual y el montaje de Damien Chazelle. Al coincidir ambos factores la película cobra una fuerza dramática y una potencia visual que su argumento no hacía esperar. Entre el odio y la admiración, el rechazo y el asentimiento, la compasión y el desprecio, el espectador sigue este duelo interpretativo y este duelo entre alumno y profesor -que llega casi a adquirir la tensión de Chaqueta metálica, como si el profesor de música fuera el sargento instructor enfrentado a un batería patoso- sin tener claro de parte de quién está. Que el talento debe exprimirse con la mayor dureza para saber si al final brotará el genio está claro. Que el aprendizaje de los instrumentos musicales exige grandes sacrificios, también. ¿Pero tantos? ¿Y con tan malas maneras?

Esta incertidumbre del espectador está visualmente reforzada por un montaje tan efectista (lo que no es bueno) como eficaz (lo que sí lo es). Angulaciones, movimientos de cámara y sobre todo el corte de los planos empujan al espectador a veces con una violencia parecida a la del instructor musical. Cabe la sospecha de si, vista una segunda vez, esta película resulta tan convincente o si durante su proyección hemos sido víctimas de sus encantamientos al coincidir la intensidad interpretativa con la visual. Pero creo que no. La calidad de las interpretaciones es incuestionable. Y tras la algo avasalladora puesta en imagen hay talento. A lo que hay que añadir, sin querer desvelar nada, que los oasis de calma sentimental son convincentes y que los caracteres no son tan monolíticos y previsibles como al principio podría parecer. ¿Efectismo? Sí. Pero talento también. Y mucho. Desde el original, impactante y a la vez desnudo arranque hasta el final que, más que un concierto, parece un interminable duelo de película de Sergio Leone.

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