Vía Augusta
Alberto Grimaldi
La conversión de Pedro
Libros
En el conjunto arqueológico de Itálica, entre el ciprés, la piedra y un sol complaciente de otoño, presenta a los medios el escritor e ingeniero Blas Malo su nueva novela, La decisión del César. Publicada por Planeta –en su colección Istoría-, la trama nos cuenta el inaudito proyecto de Cayo Mumio Secundo, protagonista de esta ficción que manifiesta lo mejor y lo peor de la condición humana, y el precio que estamos dispuestos a asumir para obtener la admiración de nuestros coetáneos –y para pasar a la historia-, y la maquinaria interna del poder en la Roma de Trajano, y la delgadísima línea que separa al benefactor –al hombre bueno- del corrupto –el hombre débil- a la hora de hablar de proyectos ambiciosos. La decisión del César, en síntesis, refleja lo “viva” que está Roma, pues aún “nos emociona”, reflexiona el autor.
Paseamos por el Cardo Maximus de Itálica, de esta ciudad fundada por Escipión el Africano, de esta “colonia Latina” que supuso un punto de inflexión en el alcance territorial de Roma. La novela de Blas Malo nos describe un municipio en época de esplendor –“contaba con diez mil habitantes”, añade el autor a este periódico-; esos años del emperador Trajano, con un imperio propietario del mundo conocido, un imperio cuyas aspiraciones políticas no conocían límite. En ese contexto viene nuestro protagonista a presentarnos su iniciativa: un túnel subfluvial que conecte a Itálica e Híspalis a través del río Baetis. “El protagonista desea ser alcalde, pero fracasa tres veces, por lo que piensa cómo puede llegar a lo más alto del poder local. Lo que propone es un cruce en el río Betis”, explica Blas Malo.
El emperador, tras su victoria en Dacia, decide apoyar –es decir, financiar- el megalómano proyecto de Cayo Mumio Secundo, con esa ambivalencia suya entre el servir y el servirse, entre contribuir a la vida pública de Roma y satisfacer sus vanidades –una actitud tan eterna como la propia Roma-. La provincia de Dacia proporcionó recursos, el oro y la plata, para invertir en grandes infraestructuras del Imperio. “Tras la conquista de Dacia por Trajano se produce una innovación de las infraestructuras de Roma, las cuales se pagan con el dinero de los dacios”. Un ejemplo sería las norias romanas de Minas de Riotinto, “unas norias capaces de extraer agua, a unos 85 metros, y sacarla a la superficie”. Hay que tener en cuenta que todos estos sofisticados sistemas se construyen en una época preindustrial. Con el mérito que eso supone.
Cuenta el escritor Blas Malo que ya hubo precedentes, antes de Roma, de la construcción de un túnel bajo un río. La reina Semíramis, en Babilona, en torno al 2180 a. C., mandó construir un canal subacuático en el río Éufrates. Hasta el siglo XIX de nuestra era no se repetiría una obra similar. Y sin marcharse muy lejos, en Sevilla sabemos de proyectos recientes y similares, aunque frustrados, que sirven de paralelismo a la historia que el autor nos recrea en La decisión del César. Esos proyectos políticos, tan grandilocuentes, tan mastodónticos, tan asombrosos, que son, más que un túnel, el camino directo para “dejar huella”, para grabar un nombre en una placa. Es decir: son esos proyectos de gente que prefiere ser importante a ser útil. “Somos herederos de Roma, para lo bueno y para lo malo”, concluye el novelista. Poco ha cambiado nuestra naturaleza desde entonces.
Otra cuestión primordial de la novela La decisión del César es la corrupción. “Las promesas electorales –las de Cayo Mumio Secundo- han existido desde siempre, y detrás de un gran proyecto siempre hay tentaciones”, sugiere Blas Malo. El esplendor, el oro, la conquista, el imperio o el poder son circunstancias que ayudan a la gestación de las corruptelas. “En la Bética hubo casos de corrupción: de extorsión, de robo, de estafa, y la condena era el exilio”.
La corrupción del Imperio no sólo se dio en la Bética, claro. El autor de la novela relata, a este periódico, los desconcertantes episodios que redacta Plinio el Joven en sus cartas a Trajano. “Plinio el Joven, en el año 107, justo un año después de la novela, es enviado por Trajano a Bitinia [una provincia oriental del Imperio, actual Turquía] como gobernador. Para poner coto a sus desmanes. Lo primero que se encuentra Plinio es el derroche de los recursos públicos. En las ciudades de Nicodemia y Nicea vemos cómo los habitantes han empezado a construir un anfiteatro que es una ruina. Después de haberse gastado un dineral en este edificio, se ven obligado a demolerlo. Similar fue lo que pasó con el acueducto que debía llevar agua a Nicodemia. Tuvieron que hacerlo dos veces antes de demolerlo definitivamente. Con un coste de tres millones de sestercios. Todo a la basura. ¿Cómo es eso? ¿Los romanos construían bien, mal o surgían intereses? Me planteo que más bien era lo último”.
Sucedieron situaciones semejantes en Cerdeña. En este caso contadas por Cicerón. “Sabemos que los ciudadanos de Cerdeña acuden a Cicerón para defenderse de las extorsiones, el robo y el saqueo promovido por Cayo Verres”.
Este paseo por Itálica, la Itálica de Trajano y de Adriano, concluye con otra de las lecturas que podríamos hacer de La decisión del César, donde se “traslada un hecho pasado a una época reciente”. Y hasta aquí se puede leer en esta historia que sucedió hace casi dos mil años y que sin embargo describe debilidades, errores y tentaciones de nuestro presente. Porque nos seguimos creyendo la piedra de la calzada de esta antigua ciudad romana –eterna, recordada, inmortal-, pero somos la hormiga, insignificante, minúscula, que cruza esa piedra.
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