La carcelera y el asesino

En su anterior The guilty, el danés Gustav Möller dejaba sobradas muestras de talento en el dominio de los elementos y la tensión creciente sin apenas salir de la oficina donde un agente de policía intentaba resolver un aparente caso de secuestro pegado al teléfono.

En esta Condenados nos movemos ya dentro de las claves del género carcelario, o sea, también dentro de un espacio limitado al que el formato 1:33.1 redobla su condición claustrofóbica y en tonos apagados. Nuestra protagonista, interpretada por la sólida Sidse Babett Knudsen a la que muchos tal vez recuerden por la popular serie Borgen, es una celosa funcionaria que controla con rigor y disciplina el orden de su módulo hasta que la llegada de un nuevo y peligroso recluso altera su estado y sus rutinas.

La película se impulsa entonces desde la incertidumbre de las razones que vinculan a esos dos personajes a uno y otro lado de la ley, en una escalada de agresividad y violencia sostenida sobre la autoridad, las pequeñas corruptelas, el miedo y el recelo mutuo. Hasta ese medido punto del guion, Condenados se pega de cerca a los personajes y sus acciones, aun con algún desliz argumental que parece ir buscando desanudar el relato a costa de la lógica del funcionamiento carcelario.

Con todo, es ya en un tramo final con salida al exterior incluida donde el filme de Möller empieza a desbaratar un poco la atmósfera opresiva, el clima moral y el tempo conseguidos para revelar, aunque ya podíamos imaginarlo, ese vínculo oculto que polarizaba la película entre la venganza, la redención y el perdón.