Afonía y autopromoción
Hasta que me quede sin voz | Critica
La ficha
** 'Hasta que me quede sin voz'. Documental, España, 2025, 90 min. Dirección: Lucas Nolla, Mario Forniés. Guion: Lucas Nolla, Sepia. Música: Inur Ategi, Guillermo Rojo. Con: Leiva, Joaquín Sabina.
Este retrato del rockero Leiva (José Miguel Conejo Torres en el DNI) se emparenta con otros recientes de Sabina (Sintiéndolo mucho), C. Tangana (Esta ambición desmedida) o Yerai Cortés (La guitarra flamenca de…) que han entendido perfectamente que los caminos de la promoción en tiempos de crisis (o extinción) del sector discográfico y sus viejas herramientas publicitarias pasan hoy por la controlada mitificación del coqueteo con el fracaso y el formato del documental creativo como vehículo de prestigio.
Nuestra distancia del fenómeno Leiva-Pereza nos permite verlo sin ningún ánimo de fan, en sus puras formas cinematográficas, sin especial empatía ni simpatía por el personaje y sus canciones, algo ripiosas por otro lado. Lo que este documental nos ofrece es una calculada apertura de puertas a la intimidad, la sinceridad y la crisis, justo cuando el cantante confiesa sus accidentes, sus dolencias y su paulatina e irreversible pérdida de voz fruto de una afonía. Lo hace desde habitaciones de hotel en Nueva York filmadas en texturas analógicas, en la consulta médica o desde las calles, campos de fútbol o la cocina de la casa de sus padres en el barrio madrileño de Alameda de Osuna del que no se ha alejado nunca a pesar del éxito y la fama.
La pose y el discurso del rockero autoconsciente y herido atraviesan un documental hasta cierto punto canónico en su recorrido por la trayectoria previa y en su escritura de la vieja épica del rock’n’roll salido del barrio, los locales de ensayo y el golpe de suerte. La figura de Joaquín Sabina aparece como ascendente obvio y explícito junto a los amigos de toda la vida y la sombra molesta y necesaria de los managers. Los trayectos en coche del hotel al concierto (media canción y basta), las escapadas a la montaña para oxigenar los pulmones y desintoxicar el hígado. Todo en este Hasta que me quede sin voz responde a un retrato de un modo de vida forjado por tantos otros rockumentales desde los años 60, incluido ese aire vintage que impregna las imágenes y sus formatos.
Pero cabe preguntarse cúanto hay aquí de verdad filmada o de representación para la galería, cuándo de incursión en los verdaderos miedos del artista y cuánto de narcisismo autopromocional.
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