SEÍSMO
Andalucía activa la fase de preemergencia tras el terremoto sentido en Sevilla

La inocencia más aciaga

Rumor de fondo

En los clásicos de la literatura la infancia representa una época desdichada, desde el sacrificio de los hijos propios y ajenos de la Antigüedad hasta el desamparo en un mundo para el que los niños no son personas

Este oleaje ya es hogar

Mark Lester y Jack Wild en 'Oliver!', adaptación en clave musical de la novela de Charles Dickens dirigida por Carol Reed en 1968.
Pablo Bujalance

11 de julio 2025 - 07:02

Los distintos pueblos sobre los que escribe Heródoto compartían una impresión común sobre la infancia: un niño es el que no sirve aún para la guerra. Pero el asesinato de los hijos pequeños permitía sancionar de manera vicaria a los padres. El mismo Heródoto cuenta en su Historia cómo, para vengar la traición de Fanes, los griegos aliados de los egipcios, tomaron a sus hijos: “Luego de trasladarlos al campamento, al alcance de la vista de su padre, colocaron en medio de los dos campos una cratera, llevaron hasta ella estos hijos, uno tras otro, y los degollaron sobre la cratera. Cuando hubieron asesinado a todos sus hijos vertieron en la cratera vino y agua y así que los aliados hubieron probado tal brebaje, entraron enseguida en combate”. En los clásicos, eso sí, son a menudos los padres los que sacrifican a sus hijos de cortas edades por sus deudas a los dioses. Esquilo cuenta cómo Agamenón sacrifica a su hija Ifigenia para garantizarse el favor divino en la guerra de Troya, con una crueldad a la que no se atreve Homero: “Sus súplicas y sus gritos de ‘¡padre!’ y su edad virginal en consideración alguna tuvieron los caudillos, amantes del combate. Y ordenó a los siervos el padre, tras la plegaria, que como a una chiva encima del altar envuelta en su peplo, desfallecida, la cogieran en vilo y que de su boca, linda proa, con mordaza contuvieran un grito maldición para la casa, con la violencia y el enmudecedor vigor de unas bridas”. En el libro de los Jueces, Jefté hace esta promesa a Yahveh: “Si entregas en mis manos a los ammonitas, el primero que salga de las puertas de mi casa a mi encuentro cuando vuelva victorioso será para Yahveh y lo ofreceré en holocausto”. Y quiso Yahveh que la primera que saliera a recibirlo para felicitarlo por su victoria fuese su única hija, cuyo nombre no indica el texto aunque sí su condición virginal, lo que, como en Ifigenia, revela su minoría de edad.

Tras sufrir lo que considera un desplante desleal por parte de su hija Cordelia, el rey Lear de Shakespeare le lanza esta maldición: “El bárbaro escita, el que sacia su hambre devorando a su progenie, hallará en su corazón tanta concordia, lástima y consuelo como tú, hija mía que fuiste”. Sin embargo, Heródoto no habla del sacrificio de los vástagos como costumbre escita: al contrario, cuenta que, entre los escitas, los hijos que quedaban huérfanos mezclaban las tripas de sus padres recién fallecidos con las de ovejas y carneros y preparaban con ellas un banquete que recuerda al descrito por el Bardo en Tito Andrónico. Sin salir de la obra de Shakespeare, los reyes Ricardo III y Juan ordenan la muerte de niños para garantizar su acceso o su permanencia en el trono. El primero se sale con la suya, pero en el caso del rey Juan, un verdugo piadoso ayuda a huir al joven Arturo. Los matones enviados por Macbeth para acabar con Banquo y su hijo liquidan al primero, pero el hijo de Banquo logra huir, lo que terminará con el reinado sangriento del escocés.

“Necio, aprende que el mozo del ciego un punto ha de saber más que el diablo”, enseña el ciego al Lazarillo de Tormes

“Necio, aprende que el mozo del ciego un punto ha de saber más que el diablo”, enseña el ciego al Lazarillo de Tormes. El humanismo muestra su preocupación por la educación de los niños y por los modelos a los que son expuestos. En su primera salida, don Quijote, según narra Cervantes, escuchó unos gritos y vio “atada una yegua a una encina, y atado en otra a un muchacho de unos quince años, desnudo de medio cuerpo arriba, que era quien daba las voces, y no sin causa, porque le estaba dando con una correa muchos azotes un labrador”. Don Quijote se dirigió así al caballero: “Descortés caballero, no está bien tomarla con quien no se puede defender; subid a vuestro caballo y tomad vuestra lanza (…) que yo os haré ver que lo que estáis haciendo es de cobardes”. El labrador siguió castigando con furia a Andresico, que así se llamaba el mozo, por su torpeza en la vigilancia de las ovejas, aunque don Quijote dio por buena la gesta con su aviso. Del adolescente Gargantúa (un adolescente de tres a cinco años) cuenta Rabelais: “Siempre andaba revolcándose en el fango, tiznándose la nariz, embadurnándose la cara. Gastaba las suelas, papaba moscas y corría encantando detrás de las mariposas, de las que su padre era rey”.

El Tristram Shandy de Laurence Sterne resume así su infancia: “¡Felices tiempos! Solo hubiera deseado cambiar ligeramente la era de mi concepción, así como el modo y manera de la misma. O que se pudiera haber aplazado a la mejor conveniencia de mi padre y mi madre unos veinte o veinticinco años más, cuando una figura del mundo de la literatura pudiera haber tenido una oportunidad”. Pero Charles Dickens comprendió que la infancia también tiene su precio; en concreto, los siete peniques y medio que costaba a la semana el cuidado del pequeño Oliver Twist en su hospicio: “El valor de los siete peniques y medio semanales constituye un sustento perfecto para un niño; con siete peniques y medio se pueden hacer muchas cosas… más que suficientes para recargarle el estómago y hacer que se sienta mal”.

No hay comentarios

Ver los Comentarios

También te puede interesar

La tierra de Amira | Crítica

Simpatía por el inmigrante

Lo último