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Premios Oscar
24 de febrero de 2019. La Academia de Hollywood celebra la edición 91 de los Premios Oscar: Roma, del mexicano Alfonso Cuarón, que partía junto con La favorita con el mayor número de nominaciones, diez, suma tres galardones, los de mejor director, película extranjera y fotografía. Julia Roberts es la encargada de anunciar el Oscar a la mejor película, y una pregunta sobrevuela el auditorio: ¿conseguirá un drama ambientado en un barrio de Ciudad de México, hablado en castellano, rodado en blanco y negro y producido por Netflix el premio gordo?
El triunfo del filme supondría la constatación de la apertura que persigue desde hace años la Academia, envuelta en polémicas como aquella de los #oscarssowhite y acusada de vivir de espaldas a la diversidad; con ello se aceptarían, además, los nuevos modelos de exhibición que van más allá de las salas de cine convencionales. Pero Roberts abre el sobre y se despejan las dudas: los votantes se decantan por Green Book, una cinta correcta y emotiva con la que Peter Farrelly (sí, el hombre que ideó junto a su hermano gamberradas como Dos tontos muy tontos y Algo pasa con Mary) desempolva las esencias del viejo Hollywood y se mira en el humanismo esperanzado de Frank Capra. Cuarón guarda las formas, pero Spike Lee, que compite con Infiltrado en el KKKlan, se subleva ante una decisión tan conservadora: intenta abandonar el Dolby Theatre y no vuelve a su asiento hasta que los discursos de los ganadores terminan.
9 de febrero de 2020. La Academia tiene esta noche una nueva oportunidad para reconocer que las reglas del juego ya no son las mismas y vivimos en un mundo globalizado: Parásitos, del coreano Bong Joon-hoBong Joon-ho, opta a seis Oscar, incluidos los de película y director. En una noche donde no parece haber lugar para la sorpresa –en los premios precedentes se han repetido una y otra vez los mismos nombres–, la comedia negra del director de Memories of Murder o Mother, un verdadero fenómeno que conquistó la Palma de Oro en Cannes y ha cosechado infinidad de galardones desde entonces, es el único título que puede dar la campanada y arrebatarle el triunfo a 1917, la expedición por las trincheras de la Primera Guerra Mundial que ha orquestado Sam Mendes, clara favorita tras lograr el Globo de Oro y el Bafta.
La sorpresa es posible, no obstante: Parásitos hizo historia hace unas semanas en los premios del Sindicato de Actores (SAG) al ser la primera película en habla no inglesa que gana la estatuilla al mejor reparto. Las quinielas vislumbran un palmarés que corone 1917 como mejor película y a Sam Mendes como mejor director (el grandísimo Scorsese y sus aspiraciones con El irlandés perdieron fuelle en las últimas semanas), pero lo cierto es que no todo está dicho.
En 2016, y tras un largo parón, Renée Zellweger volvía al cine encarnando de nuevo al personaje que le había dado mayor popularidad, Bridget Jones. La película fracasó en Estados Unidos y triunfó en Europa, pero nada hacía presagiar que la errática carrera de su protagonista acabaría enderezándose. Pero la actriz de Jerry Maguire y Chicago, ganadora del Oscar por Cold Mountain, asombró a todos en el pasado Festival de Toronto: su descarnada interpretación de Judy Garland en Judy era un trabajo incontestable con el que la texana, que parecía ya condenada a proyectos sin sustancia –en mayo había estrenado en Netflix Dilema, una serie disparatada en el que daba vida a la villana de la función–, recuperaba el rumbo. El Globo de Oro, el Bafta y el SAG Award que ha ganado en estas últimas semanas indican que no tiene rival. A los votantes de los premios les encanta una resurrección como la que protagoniza en estos días Zellweger, y más si es con un biopic: transformarse en un personaje real les ha proporcionado el Oscar a Nicole Kidman, Marion Cotillard, Jamie Foxx, Gary Oldman o Rami Malek, entre otros.
La previsión es que Joaquin Phoenix acompañe a Zellweger en la fotografía de los ganadores. Su colosal Joker le puede otorgar una estatuilla a la que había aspirado en tres ocasiones anteriores, por Gladiator, En la cuerda floja y The Master, y con ello Hollywood saldaría la deuda con uno de sus intérpretes más valiosos. Phoenix lleva semanas recogiendo premios –el Globo de Oro, el Bafta y el SAG– y concienciando al personal con discursos contra el cambio climático o el racismo de la industria. Su papel, trágico e histriónico, es del gusto de los académicos, pero podría pesar que el actor de Two Lovers o Her siempre ha jugado en otra liga. Gestos como lo de montar un desconcertante documental sobre sí mismo, I’m still here, o de paralizar una y otra vez el rodaje de Joker torturado por los demonios de su personaje, han contribuido a que le rodee una leyenda de actor incómodo e indómito. El Oscar es suyo, pero si el recelo en torno a él se propaga ahí está Antonio Banderas, querido por todos y bendecido por los premios más importantes de la crítica de este año (y por Cannes) por su trabajo en Dolor y gloria.
Otros años, la temporada de premios llegaba a los Oscar sumida en la incertidumbre y con incógnitas en algunas categorías. Esta vez ese panorama no se da: es simbólico que un tuit que publicó por error el otro día la Academia –cuando el voto no se había cerrado, no se pueden dar los resultados por definitivos– incidiera en los nombres que los Globos de Oro, los Bafta y los SAG galardonaron: a Zellweger y Phoenix se añadían Laura Dern, favorita como actriz de reparto por Historia de un matrimonio, y Brad Pitt, mejor actor de reparto por Érase una vez en... Hollywood. En ambos casos, el Oscar podría interpretarse como el reconocimiento para dos veteranos con una ya larga trayectoria en Hollywood. Dern protagoniza un soberbio monólogo en la película de Noah Baumbach, pero más allá de esa escena da la impresión de que ha llegado el momento de distinguir a una intérprete que, desde que apareció siendo niña en Alicia ya no vive aquí, de Scorsese, se ha convertido en una aliada imprescindible de David Lynch y hoy exhibe, también en otros proyectos como Mujercitas o Big Little Lies, una espléndida madurez. La misma que luce Pitt en Érase una vez en... Hollywood, la consagración de un intérprete que gana con los años –lo demuestra también en Ad Astra, de James Gray– y que es además un productor sagaz que está tras películas como 12 años de esclavitud, Moonlight o La gran apuesta.
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