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Contra el progreso | Crítica

Paidós publica Contra el progreso de Slavoj Zizek, estimulante y ácida reflexión sobre dicho concepto, a la luz de la actualidad política y la creciente inestabilidad climática

Imagen del filósofo esloveno Slavoj Zizek (Liubliana, 1949)
Manuel Gregorio González

13 de julio 2025 - 06:00

La ficha

Contra el progreso. Slavoj Zizek. Trad. Pablo Hermida Lezcano. Paidós. Barcelona, 2025. 208 págs. 19,90 €

Hace ya más de un siglo que John Bury escribió La idea de progreso, apenas acabada la Gran Guerra. Es ahí, en sus páginas iniciales, donde el historiador irlandés escribe algo que Zizek recupera o reformula, de algún modo, en el presente ensayo. Ensayo cuyo objeto último no parece ser la controversia como tal, sino cierto gusto por la exploración en público de lugares comunes del pensamiento, que hoy sostienen nuestra concepción del mundo. “En nombre del Progreso -escribe Bury- declaran hoy obrar los doctrinarios que han instaurado en Rusia el actual (1920) régimen de terror”. Esta paradoja, que aflorará durante la Ilustración, es una las cuestiones principales en las Zizek sustenta su indagatoria. La otras cuestiones son la inminencia de una catástrofe climática, y cierta idea de una guerra ineludible, que otorgan a Contra el progreso un tono de urgencia y pesadumbre.

Zizek somete a revisión algunos postulados de la izquierda actual

Una de las novedades que Bury destacó sobre el concepto de progreso es su obligada alusión al futuro. Esto es, cierta idea finalista de perfección sobre la que se sacrifica el presente. Es en tal sentido en el que Momigliano señalaba una identidad estructural entre el Apocalipsis de San Juan y el marxismo que culmina en la dictadura del proletariado. Una identidad -añadimos nosotros- que cabe establecer con cualquier milenarismo -como el propio Reich milenario-, y que modernamente deriva de las utopías del XVI. Zizek, que se declara “comunista conservador”, niega aquí la impronta teleológica del marxismo. Lo cual no carece de relevancia, dado el tono apocalíptico que conduce su ensayo y que establece una relación causal entre el progreso técnico y la previsible extinción que hoy, a su juicio, nos acecha. Lo más interesante de su ensayo -y Zizek es siempre interesante- es la revisión a que somete algunos postulados de la izquierda actual, desde el interior mismo de la idea puesta en tela de juicio. Así, en la página 86, podemos leer que “lo que nos permite criticar los aspectos racistas y sexistas del legado europeo son los propios elementos emancipatorios de dicho legado”. En esa línea, Zizek arguye que no se puede apoyar, en nombre del “anticolonialismo” y la “diversidad civilizada” que defiende Lavrov, a las tiranías que hoy se acogen bajo este rubro para justificar sus insidias. No en vano, lo que propone Zizek es una suerte de reeuropeización, en el sentido arriba señalado: “En lugar de preocuparse constantemente por ser acusada de 'eurocentrismo', la tarea de la izquierda debiera ser redescubrir el potencial emancipatorio de la tradición europea”.

También analiza Zizek otra de las propuestas que hoy han adquirido fortuna: el “decrecimiento” postulado por el filósofo marxista japonés Kohei Saito, cuya finalidad sería la de modificar el modo de producción, en aras de la sostenibilidad del planeta. Zizek descarta dicha proposición, tanto por su dificultad práctica, que implicaría medidas dictatoriales (véase también "Autoridad"), como por cierto ingenuismo estoico que ignora el gusto humano por lo placentero y lo innecesario, recogidos tanto en el Eros y civilización de Marcuse; como en el Homo ludens de Huizinga. Por otro lado, científicas como Hannah Ritchie (El mudo no se acaba) aluden a razones más pedestres e inmediatas: dicho decrecimiento sería catastrófico en términos humanos.

Hay que subrayar, a este respecto, que si bien Zizek parte de una visión apocalíptica del futuro inmediato; no se trata, en absoluto, de una visión resignada. En esto coincide con la referida Ritchie cuando señala que hay que actuar como si todo fuera cierto, disponiendo las soluciones a nuestro alcance. También coincide Zizek con Ritchie en el rechazo a una cuestión de importancia, con notable aceptación entre la izquierda, como es la vuelta a la naturaleza y sus soluciones tradicionales. Fórmula esta que se expresa por primera vez, en términos contracivilizatorios, en 1750, en el Discurso sobre las ciencias y las artes del benemérito Jean-Jacques Rousseau. Al análisis de estas cuestiones, Zizek añade el del tipo de inestabilidad política que introduce Trump, el fantasma de la pandemia, su predilección por Marx y Lacan, así como una frecuente alusión al fascismo o al neo-fascismo, que Zizek parece considerar una categoría intemporal que atraviesa la historia, y que le sirve para adjetivar distintos fenómenos. De ello se deriva, como ya se ha dicho, una visión angustiosa del futuro. Una visión, en todo caso -y he ahí el particular interés de Zizek- que se gira sobre su propios presupuestos, para averiguar en qué lugar se encuentra la falla que nos condena y nos explica.

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