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Enfermeras y enfermeros

Nos movemos a una sociedad más igualitaria que va asumiendo que el cuidado no es algo intrínseco al género sino algo innato de la persona y aprendido culturalmente

Llevo tiempo queriendo escribir acerca del equipo en Atención Primaria que trabajamos codo con codo junto a nuestros pacientes quienes valoran de verdad nuestra labor y nos hacen sentir como uno más de su familia. Tantas horas de trabajo permite conocernos personalmente, compartir trabajo y reflexiones acerca de la vida por lo que hoy me atrevo a escribir sobre la profesión enfermera y así visibilizar un pensamiento más o menos silenciado pero que va cambiando afortunadamente como la evolución de nuestra sociedad.

Para empezar, es importante aclarar que en Atención Primaria, el medio que conozco especialmente, no existe una brecha entre los profesionales sanitarios, entre compañeros que es lo que somos y que nos consideramos TODOS parte del equipo, nos complementamos en el trabajo, nos equilibramos en responsabilidad y queremos siempre lo mejor para nuestros pacientes que son el objetivo común de nuestra labor.

Pues habiendo aclarado esos conceptos, y tras leer varios artículos acerca de la enfermería y el género, creo interesante repasar la evolución de este rol y de cómo está consiguiendo la equidad. Históricamente, la profesión enfermera se ha considerado propia de las mujeres porque a lo largo del tiempo y en diferentes culturas se ha considerado que el cuidado debía estar en manos de las mujeres. Se han valorado para la ética del cuidado cualidades como la paciencia, la falta de agresividad o de competencia hacia el otro, la discreción, la ternura, la receptividad, virtudes que se han creído femeninas muy alejadas del modelo masculino que potenciaba la sociedad.

Por otro lado, algo difícil de entender pero que es importante destacar, el cuidado es una tarea invisible teniendo una gran importancia social, un incalculable valor económico e incluso pudiendo conllevar relevantes implicaciones políticas. Puede ser muy injusto decir esto, pero sólo cuando el cuidado no puede ser asumido por la familia y sobre todo por las mujeres, es cuando dicha actividad se hace más visible y se valora social y económicamente. Este estudio que edita el IMSERSO del Observatorio de personas mayores de 2008, aporta datos referentes a cuidadoras y cuidadores, destacando que el 84% son mujeres, de las cuales el 50% suele ser la hija, la esposa o compañera el 12% y un 9% las nueras. Es relevante el bajo porcentaje de varones que se ocupan de sus suegros, frente al porcentaje de mujeres que se encargan de sus padres políticos, un 8,6% de nueras frente al 7,6% de hijos. Este dato nos puede indicar que cuando un hijo varón tiene a su cargo el cuidado de sus padres, delega y se apoya en su esposa para atenderlos; mientras que cuando se trata de una hija, la que tiene a su cuidado a sus padres, no suele ocurrir lo contrario.

Todo esto está muy en consonancia con una antigua educación de patriarcado, que traducida al ámbito sanitario marcaba las diferencias entre jerarquías y género. Tradicionalmente la medicina ha estado en manos masculinas y eso ha hecho que se trabaje con protocolos, prácticas de medición, el pensamiento basado en sistemas, la eficiencia y el liderazgo autoritario, mientras que la enfermería ocupaba un segundo plano en manos femeninas que cuidaban con lo que se consideraban ¨habilidades blandas¨: la compasión, la comunicación, la conexión emocional centrada en el paciente y el humanismo. Por tanto, la falta de reconocimiento social en la profesión enfermera ha estado influenciada por esa jerarquía al estar asociados los cuidados de enfermería a las cualidades intrínsicamente femeninas.

Afortunadamente, esta mentalidad va de paso y nos movemos a una sociedad más igualitaria que va asumiendo que el cuidado no es algo intrínseco al género sino algo innato de la persona y aprendido culturalmente. Evidentemente, la maternidad marca y a veces impone la capacidad de cuidar. No podemos poner en duda el instinto de protección, pero no somos todos iguales, no tenemos las mismas necesidades, inquietudes, sentimientos y no digamos experiencias en la vida. No todas las madres somos iguales ni los padres tampoco. La capacidad de cuidar y el instinto de protección lo tenemos todas las personas indistintamente del género.

A pesar de que vamos mejorando en el tema de los roles, como anécdota puedo contar lo que me ha ocurrido en varias ocasiones al ir en la ambulancia a atender a un paciente en su domicilio, que la familia o el propio paciente se han dirigido a mi compañero enfermero a explicarle lo que ocurría y él sonriendo y con cariño responder “la doctora es ella”. He de reconocer que nos hemos reído de la situación y nunca ha sido molesto para nadie.

Nunca he escuchado un comentario despectivo hacia un enfermero por ser varón. Tampoco me han ofendido jamás por ser médico mujer, ni por pacientes ni mucho menos en mi ambiente laboral. Pienso que la sociedad está más evolucionada en este sentido de lo que creemos o nos hacen creer.

La enfermería es cercanía, calidez y calidad en el cuidado. Son un claro ejemplo de que la sociedad va cambiando y evolucionando. He tenido y tengo tantos compañeros y compañeras enfermeras magníficas profesionales que no me cabrían en esta columna. Desde aquí, mi más sincero reconocimiento, respeto y agradecimiento por lo que me enseñan cada día, como profesionales y como personas.

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