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DERBI Joaquín lo apuesta todo al verde en el derbi

España, más curanderos que cirujanos

A las puertas de un nuevo ciclo electoral, la indefinición de un proyecto compartido y la centrifugación de los apoyos hacia los extremos amenazan con eternizar la inestabilidad política

Aznar recibe a Pujol en julio de 1996 en La Moncloa.

Aznar recibe a Pujol en julio de 1996 en La Moncloa. / Efe

¿Qué (diablos) es España)? Esa es la pregunta que se hace Iñaki Gabilondo como título del programa de su despedida profesional. Nada más trascedente que esa cuestión que nos interpela a todos. Y nada más lejos una respuesta con un alto grado de consenso. Pero responderla es fundamental para salir del atolladero en el que nos encontramos. Entiéndase que es un atolladero perfectamente democrático y legítimo, pero en definitiva es una especie de callejón sin salida del que, vistas las circunstancias y conocidos los actores y sus urgencias, sólo se sale o dando marcha atrás o escalando un muro elevado que no se sabe bien a donde lleva.

La antigua geometría variable de Zapatero, hoy reconvertida en un carrusel multicolor que exige de diálogo, cesiones y mucha fontanería para girar en el Parlamento marca directamente el devenir de la coyuntura política. Ahora todo gira en torno a saber cómo se estabiliza la política española, sometida a vaivenes incesantes y de imprevisible final desde el fin del bipartidismo. No parece que esto vaya a ser de nuevo cosa de dos, pero también parece que el autodenominado centro político está ya en la fundición derritiéndose por encima de los mil grados junto a las escorias de la UCD. Y parece también que los extremos merman o no escalan, lo que les llevará a perder peso electoral y social pero no necesariamente influencia: las bajadas en votos no tienen por qué implicar un cambio si nadie ilegaliza a los partidos anatemizados, si sus votos siguen sumando como los de los demás porque ningún juez los ilegaliza y sus apoyos cotizan en un porcentaje suficiente en homenaje al sistema métrico decimal.

De polvos y lodos

PSOE y PP, dependientes de apoyos complicados, nadan en aguas revueltas. Cuando a ambos les tocó gobernar con los nacionalistas catalanes de Pujol y el PNV de Arzalluz las demandas en aquellos tiempos no parecían (sólo lo parecían, porque ahí empezaron a consolidarse algunos polvos que hoy son lodos) afectar a las esencias patrias. Lo que primaban eran los traspasos y la financiación. E incluso se imponían políticas –la modernización del Estado y sus instituciones o el apoyo a la economía productiva y de mejora del Estado de bienestar– que además de servir de pantalla para ocultar detrás del florero las cesiones reales, suponían cierto impulso a medidas de interés general.

Pujol, el ex 'molt honorable' y Aznar

Pujol se llevó la mejor tacada cuando accedió a firmar con Aznar, en el Hotel Majestic, una serie de acuerdos a cambio de apoyar su investidura como presidente del Gobierno. Pujol, recuérdese, venía de pactar los gobiernos anteriores con González. El seny y la bolsa. Consiguió por ejemplo un nuevo sistema de financiación, la finalización de los traspasos, la cesión del 30% del IRPF a las autonomías, la supresión de los gobernadores civiles, el desarrollo de los Mossos d'Escuadra como cuerpo, el traspaso del INEM y de la políticas activas de empleo a la Generalitat, la transferencia de la gestión de los puertos o la supresión de la mili. Aznar, incluso, hizo un pass in shot con la ley de política lingüística de 1998, que marginaba a los castellano hablantes en Cataluña, y no sólo no la recurrió sino que impidió que lo hiciera el Defensor del Pueblo.

González, Zapatero y Rajoy: el 15% de IRPF, el 'Estatut' y el Cupo

Años antes Felipe González también transigió con los nacionalistas catalanes y vascos: les concedió la corresponsabilidad fiscal (el 15% del IRPF) y el desarrollo pleno de los estatutos de autonomía con todas las transferencias aparejadas. Zapatero entregaría a Sabin Etxea las transferencias de 20 de las 27 competencias que restaban para cerrar el Estatuto, transfirió las políticas activas de empleo, la inspección de trabajo, el tráfico marítimo en aguas vascas así como accedió a que técnicos de la Hacienda foral vasca asistieran a las reuniones del Ecofin. Todo ello regado con inversiones como la Y vasca o 112 millones de euros adicionales. Los catalanes lograron la redacción del Estatuto, aunque después el TC le daría "un cepillado" en expresión de Alfonso Guerra cuando el Estatut pasó por el Congreso. Y Rajoy, que necesitaba los cinco votos de oro del PNV, liquidó el último Cupo vasco –sobre el que se discutía un montante de 600 millones de euros–, se comprometió a una nueva ley quinquenal del Cupo, cerró el acuerdo para la tarifa eléctrica que se aplicaba a la industria vasca así como incluyó un potente paquete en los presupuestos para los proyectos ferroviarios de alta velocidad.

Bildu, independentistas, Podemos: el gran gazpacho

Resumiendo, que no ha habido Gobierno que no haya cedido posiciones, haya debilitado lo que hoy se entiende unívocamente como el Estado o no haya inyectado un cuponazo de miles de millones de euros a la tierra agraciada a cambio de votos. Pese a todo, en el resto de España no se observaban estos acuerdos como algo peligroso para el Estado español, más allá de asumir que Cataluña hacía caja a su izquierda y derecha y que Euskadi avanzaba en todos los frentes. ¿Qué ocurre ahora? ¿Qué ha cambiado? Aún no había tomado posesión Pedro Sánchez como presidente y media España convenientemente agitada ya consideraba ilegitimo al Gobierno. Así que las cartas estaban marcadas.

Venía de ganar la primera moción de censura y los votos que lo auparon provenían de un cinturón de partidos que despiertan recelos y dudas democráticas: estos nacionalistas catalanes ya no son los del primer Pujol, que en realidad siempre ha sido el mismo que se llevaba el dinero a Andorra aunque no se sabía, sino unos independentistas que declararon unilateralmente la independencia y Bildu no es un partido moralmente homologable, aunque lo sea democráticamente, porque muchos de sus líderes destacados vienen del apoyo a ETA o de formar parte de ella según sentencia judicial. Sin embargo, el factor más denostado de la ecuación ha sido Podemos. Todas las miradas del Íbex y del mundo conservador estaban puestas en el provocador de la coleta, que, éste sí, venía a desafiar el orden económico vigente, la Transición, el pasteleo bipartidista, la corrupción y la Constitución. Y Vox, aún sin incidencia directa en la política nacional, es otra formación que desafía el statu quo, pone en solfa normas, derechos adquiridos y asentados, es extremista en temas de inmigración y desafía la convivencia. Se puede argumentar que los acuerdos anteriores también tenían su miga. Pues sí, pero se toleraban con cierta normalidad.

Sin una idea de España

Pero si hemos llegado aquí es porque los controles sobre el funcionamiento de la democracia saltaron por los aires hace tiempo, PSOE y PP consintieron en la defensa de su poder que los ciudadanos se desentendieran y frustraran con la política –corrupción, la mediocridad del debate, el funcionamiento de los partidos…– y todo fue fracturándose. Se han desdibujado los espacios comunes y crece la idea de que lo compartido merma. Sigue faltando, en definitiva, una idea de España. Incluso, vuelve, reverdecida, la terrible idea de las dos Españas, suficiente para helarnos el corazón y espantar a los ciudadanos más cabales mientras hace militar en el bando de la pendencia a los más radicales.

Macías Picavea, uno de los regeneracionistas, ya retrataba perfectamente el estado de la cuestión en Los Males de España (Algon Editores). La educación, la función pública siempre por reformar, la arquitectura institucional de Estado y su aluminosis congénita y el reaccionarismo en ámbitos de influencia social eran algunos de los asuntos sobre los que teorizó. Ha llovido, pero algunos de los debates que proponía vuelven a la mesa de operaciones justo cuando faltan cirujanos y sobran curanderos.

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