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Análisis

Manuel García Fernández

Catedrático de Historia Medieval de la Universidad de Sevilla

Fernando III, Rey de Sevilla

El cuerpo incorrupto de Fernando III El Santo.

El cuerpo incorrupto de Fernando III El Santo. / D. S.

Celebramos este año de 2023 dos importantes conmemoraciones relacionadas con la historia de la ciudad de Sevilla, Y como no podría ser de otra manera en ambas celebraciones se yerguen con pujanza y determinación la figura excepcional de nuestro Santo Rey conquistador, Fernando III.

El próximo 2 de noviembre se cumplirán, nada menos, que mil años de la creación del reino abbadí de Sevilla por el cadí Abú al-Cásim, quien en 1023 denunció públicamente el sometimiento debido al califato de Córdoba asegurando, de este modo, la independencia política e incluso religiosa de la ciudad de Isbiliya y su extensa cora y territorio. Sus sucesores -al Mutadid (1042-1069) y al Mutamid (1069-1091), respectivamente - ampliaron y consolidaron un vasto reino desde Murcia al Algarve, desde Sierra Morena al Estrecho de Gibraltar;  un reino de Sevilla caracterizado por ser un territorio estratégico de al-Andalus estructurado en importantes ciudades cabeceras de distritos rurales, incluida Córdoba, la antigua capital califal de los Omeyas. En tiempos del rey poeta Al Mutamid Isbiliya se convirtió en la ciudad más importante de todo al-Andalus; crisol de culturas y civilizaciones mediterráneas y atlánticas y sobre todo destacada corte del conocimiento científico e intelectual europeo a fines del siglo XI. 

Pero, como es sabido, el imperio almorávide puso fin al dominio abadí en Sevilla ya a comienzos de 1090; al-Mutamid fue exiliado al Magreb en donde terminó melancólicamente sus días. Ahora bien, la conquista norteafricana de la cultivada Isbiliya no representó en absoluto el final del reino de Sevilla, al menos desde el punto de vista cultural y territorial; pues hay que recordar el notable desarrollo jurídico, político, administrativo y sobre todo urbanístico de la ciudad con sus nuevas murallas, una gran mezquita aljama, el esbelto alminar- yamur, sus torres fortificadas,  el puerto y el río, etc. bajo el dominio almohade (1147-1212). Éstos a pesar de unificar los débiles taifas andalusíes exaltaron  siempre a la ciudad de  Isbiliya como la capital política, administrativa y religiosa de su imperio en la Península Ibérica. Hubo, en gran medida, continuidad en las estructuras del poder político sevillano. Y la ciudad de Sevilla lo ejerció sobre las localidades de su antiguo reino abbadí. 

Por ello, cuando el 23 de noviembre de 1248 el cadí local Axataf y otros lideres islámicos sevillanos pactaron la rendición de la ciudad a Fernando III y a su primogénito, el príncipe don Alfonso,  éstos tomaron claramente conciencia de que habían  conquistado no sólo la capital de al-Andalus sino también la cabecera política y administrativa del antiguo reino abbadí, como bien sostienen las crónicas castellanas; el mismo reino que había sido ya vasallo de sus antepasaos castellanos y leones en los tiempos de Fernando I y Alfonso VI, en la segunda mitad del siglo XI.  Es más, el mismo proceso de la  expansión militar y territorial  de la conquista del  Andalucía por Fernando III había impulsado igualmente la creación de otros reinos cristianos en el mismo valle del Guadalquivir; Córdoba  en 1236 y Jaén 1247. Por lo que ahora, tras la conquista de la antigua Isbiliya el 23 de noviembre de 1248, Fernando III se tituló  solemnemente "rey de Sevilla" como lo era ya de Córdoba y de Jaén, sobre una ciudad y un territorio, aun no definido del todo, pero que prácticamente coincidía en sus fronteras exteriores con el  originario reino abbadí. Por tanto, no hay continuidad actual del "milenario reino abbadí de Sevilla" sin la labor  institucional y en gran parte continuista de Fernando III, y también de Alfonso X, el Sabio; monarcas ejemplares -enterrados en esta ciudad- que  se titularon reyes de Sevilla en el siglo XIII como lo hicieron los viejos líderes abbadíes en el siglo XI.  Soberanos cristianos que no sólo conservaron gran parte de la ciudad islámica, sino también su importante tradición mudéjar en su impresionante urbanismo, como, por ejemplo, el elegante alminar de su antigua mezquita; e hicieron de Sevilla la capital de la Andalucía cristiana del valle del Guadalquivir y el centro cultural, religioso, político y económico del poderoso reino de Castilla durante el siglo XIII.

En segundo lugar y como consecuencia de lo anterior, la conquista de Sevilla el 23 de noviembre de 1248, supuso también -como no podía ser de otra manera- la restitución y rehabilitación del culto cristiano en la ciudad y su tierra, o mejor en su antiguo reino en gran parte conquistado o tributado por Fernando III. Celebramos este año por tanto el 775 aniversario de la reposición de la Iglesia de Sevilla y su archidiócesis. Y nuevamente  en este contexto geopolítico la figura del Santo Rey  de Castilla resulta un eslabón fundamental para entender la reordenación jurídica y administrativa de la Iglesia hispalense del XIII. Evidentemente, se atribuye con justicia a Alfonso X la dotación y estructuración eclesiástica de Sevilla; pero fue la férrea  voluntad de Fernando III quien abrió el culto cristiano en la ciudad el 22 de diciembre de 1248, -un mes después de la capitulación y el fin del plazo dado para la salida de los moros-  encabezando la procesión solemne de entrada en Sevilla y simbólica eucaristía presidida por don Remondo, arzobispo de Segovia, en la antigua mezquita ahora cristianizada. Todo un símbolo para la restitución del culto cristiano. Porque no fue una causalidad que  Fernando III eligiera  la  efemérides de la traslación de los restos mortales de San Isidoro de Sevilla a la ciudad de León en 1063, según los pactos firmados entre al-Mutamid, rey de Sevilla, y su señor, Fernando I, rey de Castilla y León, para cristianizar  oficialmente Sevilla. Una nueva referencia, tal vez, al antiguo y vasallo reino abadí. Como tampoco lo fue la elección del 23 de noviembre de 1248, festividad de San Clemente, para la capitulación de Sevilla; pues era el aniversario del nacimiento del príncipe heredero, futuro Alfonso X, quien había llevado, por enfermedad de su padre, el peso de las negociaciones de la entrega de la ciudad con los musulmanes sevillanos. Tal vez un alegórico regalo de cumpleaños. 

Así pues, como rey de Sevilla, Fernando III, preservó para siempre gran parte de la ciudad mudéjar que le cautivaría en los últimos años de su vida y en donde se mandaría enterrar.  Lo mismo que después haría su hijo el Rey Sabio. Además, Fernando III, como rey cristiano, no sólo restituyó el culto de sus antepasados sino que lo hizo en un ámbito cultural nuevo, europeo y occidental en Andalucía; enfatizando  la ciudad de Sevilla como la capital de un reino, cuya continuidad, en un prolijo milenario de culturas, ahora celebramos. Lo que conviene vindicar con valentía y honestidad en la festividad -tantas veces denostada- de San Fernando, rey de Sevilla.

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