Crónica Personal

Matrimonio de conveniencia que hace agua

Tensiones. Un año después de su acuerdo, PSOE y Podemos andan a la greña en el Consejo de Ministros y a Sánchez e Iglesias sólo les une la necesidad que tienen uno del otro

Pedro Sánchez y Pablo Iglesias.

Pedro Sánchez y Pablo Iglesias. / Emilio Naranjo / Efe

PSOE y Podemos andan a la greña en el Consejo de Ministros y se hacen apuestas sobre la duración de un matrimonio de conveniencia que, apenas un año después de firmar los papeles, no se aguanta. Los cónyuges se necesitan, pero no se aguantan.

Primero se suprimieron las reuniones de los lunes en las que un comité de socialistas y podemitas establecían las prioridades del Ejecutivo; luego desaparecieron y fueron sustituidas por almuerzos semanales de Sánchez e Iglesias en La Moncloa. Hace tiempo que tampoco se celebran, y cuando desde Podemos indicaron esta semana que el presidente y su vicepresidente segundo almorzarían el jueves, al intentar confirmarlo respondieron que no estaba en la agenda de Sánchez, así que no se sabe si comieron o no. Pero de haberlo hecho, probablemente Iglesias ya se habría ocupado de que se supiera.

Decía un ministro socialista hace ya algún tiempo que a Sánchez e Iglesias sólo les une la necesidad que tienen uno del otro. Contaba también que en los Consejos antes saltaban chispas y ahora ya ni eso porque los ministros apenas se hablan. Calviño responde a las propuestas de Iglesias con un despectivo silencio, lo mismo que Escrivá y empieza a ocurrir con Ábalos, harto de las polémicas; pasa de las declaraciones de dirigentes de Podemos en las que afirman que sí o sí este gobierno regulará los precios de los alquileres.

El propio Sánchez comienza a estar harto de las tensiones constantes de la coalición. Harto también de que roce a los socialistas el descrédito que se extiende sobre Podemos porque algunas de sus propuestas son inviables económicamente, otras rozan la violación de la Constitución y unas terceras caen directamente en el ridículo, con actitudes personales que dañan incluso más que las decisiones políticas.

Irene Montero se lleva la palma con el caso de la niñera. O la llamada ley trans, rechazada por todas las instancias por sus clamorosos fallos, pues no sólo indigna a los movimientos feministas con mayor historia y más fuerza reivindicativa sino que el propio ministro de Justicia y el Consejo de Estado han encontrado fallos de libro, como si hubiera sido elaborada por aficionados. Su última pataleta –porque lo de Montero son pataletas– ha sido protestar por la prohibición de realizar manifestaciones el Día de la Mujer Trabajadora, para evitar así promover la propagación del coronavirus. La ministra ha acusado a los promotores de esa decisión, cargos socialistas como el delegado de Dobierno de Madrid, de "criminalizar el feminismo". Como si sólo ella tuviera el copyright del feminismo, cuando precisamente es casi unánime la crítica de las formaciones feministas más solventes al proyecto de ley empeñada en que lo apruebe el Gobierno y lo lleve al Parlamento.

Son muchos los focos de disputa, y se acrecientan a medida que transcurre el tiempo. En los primeros meses de Gobierno, Iglesias se apuntó varios tantos que minaron el crédito de Sánchez, que aparecía como subordinado del primero, que imponía su criterio o se anotaba los méritos de la aprobación de determinadas medidas sociales que a veces no habían sido iniciativa de Podemos.

Marcando distancias

Sánchez, probablemente movido por las críticas de que Podemos le marca el paso, cambió de actitud a partir de la aprobación de los Presupuestos del Estado. Reconocen los socialistas que la coalición con Podemos facilitó el apoyo de ERC y Bildu, aunque el respaldo catalán no lo gestionó Iglesias, venían de atrás las buenas relaciones entre Sánchez y Esquerra y las remató Adriana Lastra con Gabriel Rufián, nada difícil porque el propio presidente ya mantenía buena sintonía con dirigentes independentistas. Sin embargo, aprobados los PGE, que tuvieron un coste importante de imagen para Sánchez por pactar con Bildu, se inició el despegue afectivo, político, personal o como quiera llamarse, pero las relaciones ya no son, ni de lejos, como eran.

Se nota en las actitudes, pero también en el radicalismo de Podemos. Se ha agudizado los ataques a la Monarquía. No sólo ha arremetido contra Juan Carlos I, lo que en cierto modo se comprende por los muchos errores cometidos, sino que ha puesto en su punto de mira a Felipe VI, insistiendo en que la Corona es una institución corrupta y aprovechando todas las ocasiones para reivindicar la necesidad de promover el advenimiento de la república. Ha sido ese ataque al Rey lo que ha provocado el cambio de actitud de Sánchez, marcando más distancia que nunca con Podemos.

Si hace meses el presidente no perdía la ocasión para hacer de menos a don Felipe, con decisiones inauditas como no permitirle presidir la inauguración de la Conferencia del Clima en Madrid, o que presidiera el acto de entrega de despachos a los nuevos miembros de carrera judicial que se celebran en Barcelona bajo la presidencia del Rey, en los últimos tiempos Sánchez ha hecho alarde de acercamiento a don Felipe, al que ha acompañado en varios actos. El último fue el viernes en una complicada visita a la planta de Seat en Martorell. Incómoda porque desde hace dos semanas Cataluña sufre actos constantes de vandalismo en apoyo del rapero Hasel.

Confidencias

Esas manifestaciones y actos vandálicos han sido también motivo de diferencias entre socialistas y podemitas, pues Iglesias y Echenique no sólo no han condenado la violencia de antisistemas, ácratas, anarcos e independentista, sino que el segundo incluso los ha apoyado. El matrimonio de conveniencia empieza a hacer agua, y no se sabe cuánto más durará la conveniencia a la necesidad de tomar medidas drásticas para impedir que la vía de agua anegue y hunda el buque del Gobierno.

Iglesias perdería toda su fuerza, y probablemente convertiría su partido en irrelevante, si fuera apartado del Ejecutivo, por eso tensa la cuerda pero con cuidado de que no se rompa. Sánchez tiene la estabilidad asegurada en la coalición con IU-Podemos, pero en política los apoyos más firmes, o las rivalidades más acérrimas, pueden cambiar en horas. Él mismo lo sabe, lo ha sufrido en sus carnes. Nada impide que, aprobados los PGE, que le garantizan que el principal proyecto de ley no tiene que pasar por las Cortes al menos los dos próximos años, el presidente vaya buscando apoyos en partidos que le causen menos problemas que Podemos y, sobre todo, no afecten tanto a su credibilidad y a su imagen, hoy muy mermada en España y también en el escenario internacional.

Es la razón de que en los últimos días se especule con que, en contra de lo que se pensaba, Sánchez no llegará al final de la legislatura.

Especulaciones que no lo son tanto, porque hay algunos datos reveladores: desde el círculo del presidente se ha trasladado a personas de su máxima confianza que Sánchez está decidido a convocar elecciones en otoño si Podemos sigue con la política disparatada que está afectando tanto al prestigio del Ejecutivo. Y quienes reciben esas confidencias las han contado a periodistas. La Moncloa niega todo, es obligado hacerlo. Pero algo está pasando en las alturas. A Sánchez, le puede convenir acabar a medio plazo con el matrimonio de conveniencia.

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