Ha vuelto a hacerlo. Como el 3 de octubre de 2017, como cada vez que ha tenido intervenciones públicas en el último año. Pero esta vez el rey Felipe ha vuelto a referirse a la situación provocada por el independentismo catalán en el lugar donde tiene más eco, en la mismísima Barcelona. En la cena del domingo, con destacados empresarios extranjeros que participan en el Mobile World Congress y con el presidente de la Generalitat en su mesa. Justo enfrente, Quim Torra escuchaba al Rey sin mover una pestaña, y tras un nuevo gesto de pésima educación cuando él mismo y la alcaldesa Colau desaparecieron de la escena para no dar la mano al Rey y dando muestras una vez más de que creen que la política es cosa de gestos, cuando la política buena es la de las decisiones. La otra, la de los desplantes y las groserías queda para los mediocres.

A la descortesía de que Torra no visitara el pabellón de España, el Rey respondió pasando de largo ante el de Cataluña.

En la cena del domingo, el Rey pronunció la mayor parte de su discurso en inglés, para que no quepa duda a los magnates extranjeros de la comunicación que España es una democracia plena. Hay que contrarrestar la campaña independentista por Europa y por EEUU vendiendo lo contrario. Lo hacen dedicando a ello millones de euros, que destinan a conferencias, libros o pagar viajes y cenas de lujo a algunos corresponsales o periodistas extranjeros. Estuvo por tanto muy bien que el Rey volviera a poner los puntos sobre las íes. Mientras los independentistas ponen dólares o euros sobre la mesa, el Rey pone palabras. Palabras de verdad, aunque suponga el rechazo de los independentistas hacia su persona, que los CDR quemen carteles con su imagen, que le declaren persona non grata, o que traten de boicotear sus actos.

No se inmuta. Al rey Felipe, como ocurría al rey Juan Carlos, le sobran arrestos para hacer frente a los que atentan contra España y los españoles.

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