Un año y pico después, Julen Lopetegui tropezó en la misma piedra. El de Asteasu se empeñó en que su Sevilla le ganara al Real Madrid una partida de ajedrez, más que un partido de fútbol. Y con el gélido tacticismo, pocas veces ha hincado las rodillas el coloso blanco en Nervión. Aquí el que escribe no recuerda ninguna.

Por mucho que el equipo de Zidane vaya mostrando esta temporada sus costuras más de lo que su potencial e historia aconsejan, plantearle un litigio con el corazón tan templado eran ganas de volver a fracasar. Y derivó en un partido que fue un calco del último Sevilla-Real Madrid.

La tibieza con que se emplearon los sevillistas, confiados a ese orden táctico tan alabado, tuvo el agravante del bochorno ante el Chelsea. Renunciar desde la alineación a discutirles a los ingleses la primera plaza de grupo llevaba implícita una ardorosa batalla ante el campeón de Liga. O eso pensaba el aficionado sevillista que agotó su repertorio de palabras malsonantes el miércoles.

Muchos de esos aficionados sevillistas habían vibrado en las gradas numerosas veces con la racial batalla que los suyos le plantearon a un Real Madrid que siempre saltaba con más argumentos futbolísticos que los anfitriones. Si el Sevilla de Caparrós le hizo cuatro al de Queiroz, fue por la inspiración mágica de Reyes, sí, pero también porque todos los de blanco se emplearon como el más acérrimo fanático y lograron que la víscera, si se quiere la casta y el coraje, decidiera tanto o más que el movimiento de los peones.

Siempre fue así desde que el fútbol es fútbol.

En Tener y no tener, la joven Lauren Bacall improvisaba a veces su diálogo con Humphrey Bogart y Howard Hawks prefería no corregirla: del corazón nacía una química que elevaba la obra.En el fútbol, la táctica es el principio, pero nunca puede ser el principio y el fin. Hay unos actores con corazones que laten, instintos, golpes raciales o geniales. Cosas que se le pueden escapar a Lopetegui. Quizás sea el problema.