Se habla mucho, y no sin razón, de la calidad física que ha ganado el Sevilla esta temporada con la mirada aguda de Monchi al mercado. Pero no es músculo y vigor todo lo que reluce. En cuanto han faltado Fernando y Ocampos, dos de los contrafuertes del vitaminado Sevilla junto a Diego Carlos, la cuba de adoquines que fue el equipo blanco en otros partidos mutó a nube de algodón dulce ante el Leganés.

¿Y tanto cambia un bloque con dos ausencias? La respuesta está en la coriácea sesera de Lopetegui, un remedo de aquel Don Erre que Erre que encarnó el inefable Paco Martínez Soria. Sigue el de Asteasu viendo arte de vanguardia en el fútbol abstracto de Nolito y De Jong. Pero ante el desempeño del sanluqueño y el holandés, cuya incrustación en el equipo titular tanto lo condiciona todo, el sevillista de a pie se ha cansado de cerrar la boca por no parecer un ignorante que no sabe de fútbol, que no ve lo que la mayoría ve. Ya no. Ya está claro que sólo Lopetegui ve, o cree ver, lo que los demás no ven.

El competente técnico parece ese crítico de arte que ve una obra sublime en un búcaro de lunares. Y si nadie se atrevía a afearle su criterio, ya se está quedando solo en su obnubilada contemplación del muy castizo objeto de barro.

Esta vez no estaba Roque Mesa de pivote, como hace unos meses en aquel 0-3 ante los pepineros que dinamitó las escasas opciones de Champions para el Sevilla, pero tampoco Joan Jordán es un jugador de virtudes parecidas a Fernando Reges. Y si además dispone Lopetegui por delante al Mudo, a Banega, a Óliver y a Nolito, tenemos una repetición de cromos para un ritmo monocorde, de juego al pie y tibios desmarques o cambios de ritmo. Como punta de lanza, De Jong persiguiendo sombras con sus botas de plomo remató el cuadro.

Este Sevilla es más fuerte, sí, pero su mejoría física tiene límites. Los muestra con sus alineaciones Lopetegui, el que le ve todo el arte a un búcaro de lunares.