Anunciar el valor de la mujer y que se recuerden sus legítimos derechos no debería entenderse como una manifestación polémica ni reivindicativa, pues llega a distorsionar un mensaje cuya clara pretensión es reforzar su papel en sociedad y la protección de su dignidad.

Ciertas cuestiones se sirven en caliente, pero cuando se trata de analizar la capacidad de la mujer en superar adversidades, aún en una sociedad no del todo igualitaria, algunas iniciativas cargadas de sensibilidad y lógica razón las enfría, las anula, las diluye como el agua al azúcar transformándolas en evidencia clara, transparente y dulce.

Justo esos adjetivos definen la campaña que la Asociación Católica de Propagandistas, a nivel nacional, ha diseñado tomando la más bella de las oraciones como base para la reflexión sobre la figura de María en estas semanas de Cuaresma y de la que destacan dos palabras: mujer y madre.

Una oración, dos palabras y una sutil forma de resaltar el respeto con que fue tratada por su singular misión y de revelar, sin estridencias, la condición de una mujer madre que manifestó con su ejemplo un modelo de vida basado en el sacrificio, la responsabilidad y la serenidad.

Términos para definir a una joven extraordinariamente inteligente, como tantas hoy, que con derecho a elección supo asumir su transcendente papel en la historia de la salvación libremente sin perder su delicadeza de mujer.

Esta prestación voluntaria y generosa al servicio del bien común, en el caso de la Virgen al de toda la humanidad, es un testimonio de acción actual y sin caducidad.

No ha hecho falta estampar ninguna imagen concreta para subliminar su ejemplo de sacrificio y fortaleza, ni ningún eslogan comparativo, ni adornar de flores ningún altar porque, en esta ocasión, evidenciar el testimonio de María por las calles de la ciudad no ha requerido otro palio que el de la palabra.

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