La ventana
Luis Carlos Peris
Señal tácita para el pase de la firma
Sueños esféricos
The best love story". La mejor historia de amor. Así resumía la cuenta oficial de Roland Garros, en un tuit de apenas 16 letras, los 17 años de inmarcesible romance que disfrutan el mejor torneo sobre tierra batida del circuito y Rafael Nadal Parera, el deportista que parece no tener límites, el hombre que está forzando a los académicos de la Lengua a revisar la definición de la palabra "competir". A quienes le afean que ha cimentado su récord de 22 torneos de Grand Slam en su sobrenatural dominio en París, yo les devuelvo la bola con un resto ganador y les planteo por dónde volaría hoy la plusmarca del prodigio balear si al menos dos de los cuatro grandes del calendario se disputaran sobre polvo de ladrillo. Alguno más, a buen seguro, saltaría ante los ojos de cualquiera que consulte la Wikipedia.
Nadal besa la Copa de los Mosqueteros como Cary Grant e Ingrid Bergman se besan en Encadenados. Como John Wayne y Maureen O'Hara se besan en El Hombre tranquilo. O como tantos y tantos actores se besan en esa recordada escena final de Cinema Paradiso.
Si uno es del lugar donde fue feliz, Nadal se debe sentir un parisino más. Y aunque su reinado eterno lo hagan parecer inmortal, llegará un día en que se convierta en polvo, mas polvo (de ladrillo) enamorado, que diría Quevedo. Entonces, ni los franceses van a reclamar sus restos para inhumarlos en el Panteón de París junto a los de Marie Curie o Alejandro Dumas... ni los españoles se lo permitiríamos. Nos conformaremos con que la Philippe Chatrier se renombre como Rafael Nadal. Porque ningún deportista, jamás, ha ejercido sobre un escenario el dominio que aún ejerce él en esa pasarela glamurosa que es Roland Garros.
En la grada de la aún llamada Philippe Chatrier estaban Michael Douglas, Hugh Grant. Nadie quería perderse el apasionado beso de cine entre Nadal y su copa ante el riesgo de que fuera el último. Como si ese día fuera a llegar...
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