El parqué
El mercado se recupera
Daba pena comprobar la apertura de las guarderías con esos niños, casi bebés, llorando a lágrima viva por el primer madrugón de los muchos que les quedan por padecer. Está claro que a la fuerza ahorcan y que la sociedad que vivimos o sufrimos es la que es. En estos primeros días de septiembre, ese mes que tiene la cara de la más cruda realidad y que nos deja archivada la benevolencia del verano, empieza la vida para esos niños que, aún bebés, se dan de cara con el madrugón y el colegio. La incursión de la mujer en el mundo laboral provoca que el niño haya de ser aparcado en la guardería y en el colegio inmediatamente después. Como si no fuese duro lo que le espera, con el día a día cada vez menos acogedor, el niño deja el nido demasiado pronto para volar cuando aún no tiene alas. El trabajo de las madres, sin el cual difícilmente podrían conservar estatus, los arroja de casa para darse de cara con la realidad y de ahí esos cuadros de niño llorando desconsolado en la puerta del colegio, de la vida.
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