Vía Augusta
Alberto Grimaldi
Anatomía de un bostezo
SEVILLA tuvo que ser, con su lunita plateada, testigo de nuestro amor bajo una noche callada… Con esta canción, la primera imagen que me viene a la memoria es la Plaza de Santa Cruz, con sus diversos negocios dirigidos al turismo, pero en la que aún hoy nos invaden los cartelones y pizarras con clamorosas faltas de ortografía, lo más sonoro que se puede escuchar es un repiqueteo de tacones -lejanos o cercanos- pero solo eso, un taconeo que invita a apreciar con mas atención la belleza de esta internacional plaza sevillana.
Pero no es mi intención hablarles de la Plaza de Santa Cruz sino de otra que está en los límites del barrio: la de Santa Marta. Cuántas veces los escasos vecinos habrán oído el murmullo de esta melodía a través de sus ventanas en las noches estivales. Cuántas veces la hemos enseñado a todo el que nos visita, orgullosos de un microespacio que a su vez es grande y que transmite paz incluso en plena Semana Santa, cuando el mayor de los bullicios la rodea. Santa Marta es, como ustedes saben, una placita con una vía peatonal de entrada y salida, con tan solo tres portales. Uno del Convento de la Encarnación, de clausura y donde se venden obleas a través del torno en su fachada principal frente a la Catedral. Las otras dos puertas son viviendas privadas. Pero ojo, y esta es la cuestión, una de ellas con acceso también por Mateos Gago, según todas las apariencias, está a punto de convertirse en un bar. Lo que oyen, un bar si Dios no lo remedia, porque el resto de bendiciones las tiene.
Adiós plaza recoleta y emblemática de Sevilla, caballero Don Dinero, esta vez en forma de liras egipcias, va a poder contigo.
Hoy es lunes y el turismo de cuaresma ni está ni se le espera. Pero si viene en años próximos, no podrá conocerte, Plaza de Santa Marta.
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