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A mí no, a Ella

Siempre genial. Siempre imprevisible. Alberto Pettengui ha bajado el telón a lo grande

Saben aquel que diu...? Hay comienzos de frases que ya predisponen a la risa, por, precisamente, tristes o lacios. Eso le ocurría a Eugenio, ese contador de chistes como haikus, tan ingenuos, tan cáusticos. Como las escenas radiofónicas y los sketches y los aforismos de Alberto Pettengui, El Peti para los, de verdad, amigos. En el reciente premio Formentor (celebrado la semana pasada en Sevilla) ante reputados escritores y editores, Pilar del Río, presidenta de la fundación Saramago, volvió a glosar una de sus escenas petenguianas favoritas: cuando una muy popular tonadillera sevillana apagó los aplausos y los vítores que la multitud enardecida le dedicaba, tras cantar ella una saeta al paso de la Macarena, con un solo gesto y esta frase: A mí no, a Ella. Si Pettengui hubiera cobrado cada vez que la hemos repetido, usado, rememorado, se habría hecho rico. La única habilidad que no tenía. Actor, guionista, bohemio recalcitrante y libre entre los libres, nos llegó a la radio de la mano de dos de sus amigas, Maite Chacón y Jose Catalina, y se quedó para siempre, porque ella, la radio, ya no supo vivir sin su talento. Un amor de treinta años. Hasta que, genio y figura, escenógrafo total, hizo el 14, jueves, un mutis por el foro digno de Richard Burton, viniéndosele a parar el corazón a dos metros del estudio, a minutos de la hora del programa (La noche de Cremades), donde era tan feliz. Verso suelto, sueltísimo, su última conciencia debió divertirse de lo lindo viendo desfilar por la emisora, de madrugada ya, a amigos, compañeros y también arribistas o conmocionados parvenús. Todos rindiéndole homenaje en esa única y letal actuación. Lengua viperina y nunca cruel. Ácido y responsable a un tiempo. Un 28 de febrero se le pidió que en su escena diaria procurara honrar la fecha sin dejar el humor. Otro nos hubiera mandando a freír espárragos. Él como si fuera lo más fácil del mundo puso en pie una escena memorable: la mujer de Hércules, armada de una escoba, barría las porquerías de los leones (del escudo andaluz, se entiende) mientras cantaba: "Sola, completamente sola, casada con un semidios…". Luego se quejaba de que su célebre marido no hubiera preferido dos perritos pequineses más monos y más limpios. Un lunes de Pentecostés, el programa en directo desde la Aldea del Rocío, se le recordó lo sensible que es el personal con la romería en general y la Virgen en particular. Peti abrió el sketch con dos voces llorando a hipidos: ¿Quiénes sois? ¿Por qué lloráis? Somos los pinos del coto despidiendo a las carretas. Hugo de Veró o Rogelio o el Angelito Recogío que hablaba de santos con María del Monte. Siempre genial. Siempre imprevisible. Alberto Pettengui ha bajado el telón a lo grande. Ni Nuria Espert nos hubiera dejado tan con la boca abierta. Bravo.

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