La aldaba
Carlos Navarro Antolín
La Mina es una mina de felicidad en las tabernas de Sevilla
Azul Klein
Sevilla ha copado en los últimos días los titulares sanitarios por haberse convertido en una de las tres provincias con mayor tasa de contagio de toda España. La pandemia no deja un respiro en la capital andaluza mientras avanzan las vacunaciones y los compañeros de pupitre o aulas universitarias se reencuentran en los accesos del Estadio de la Cartuja y rememoran, con el brazo dolorido por el pinchazo, anécdotas de aquellos años que ahora en la distancia siempre se antojan felices, aunque sólo sea porque permanecíamos ajenos a la preceptiva mascarilla, el gel hidroalcohólico y la UCI.
Uno de los brotes de Covid-19 más llamativos, y de mayor repercusión en la agenda cultural, ha sido el que se produjo entre los coralistas de la ópera Carmen que el Teatro de la Maestranza debía haber estrenado el lunes de la semana pasada y que finalmente alzó el telón el sábado con el segundo reparto y el domingo con el primero, que encabeza la mezzosoprano georgiana Ketevan Kemoklidze, muy apreciada en los teatros líricos europeos y singularmente en este, donde debutó con Anna Bolena de Donizetti.
El Maestranza nunca ha tenido que enfrentarse en sus 30 años de historia a tamaña serie de cancelaciones, cambios de aforo y reprogramaciones. Si se piensa que ofrecer de nuevo Carmen llevaba décadas en la lista de deseos del teatro, lo ocurrido con la ópera de Bizet parece el correlato quintaesenciado de todos los problemas que Sevilla ha enfrentado en el último año y medio, una realidad ajena a los turistas que ya nos visitan pero que escuece a tantas personas todavía (las que no han podido despedirse de sus familiares y hacer el duelo, las que han visto mermado su poder adquisitivo por los cierres, despidos y Erte, las que consideran que nuestros representantes políticos podían haberlo hecho mejor).
Ni Bizet ni Mérimée pisaron esta ciudad, e imaginaron un territorio pintoresco y romántico que no tiene que ver con la Sevilla real que representaban los Hijos Predilectos y galardonados el domingo con la Medalla de la Ciudad en el acto celebrado en Fibes. Llamó la atención Antonio Fernández El Bigotes, que se hizo entrenador de boxeo tras superar una depresión y, desde el ring de su gimnasio del Tiro de Línea, ha reinsertado a jóvenes drogadictos y devuelto la confianza a refugiados de guerra africanos, mujeres con sobrepeso o ingenieros de Airbus. Sería estupendo que nuestros escenógrafos, siguiendo la pulsión renovadora de Calixto Bieito, se animaran a visitar sus otros centros de Rochelambert o Hytasa porque tal vez la Carmen del siglo XXI luche ya contra el maltrato, la pobreza o el fracaso escolar gracias a personas como este boxeador para quien "la violencia está en los bancos y los programas del corazón" antes que en sus esforzados pugilistas.
También te puede interesar
Lo último