¡Oh, Fabio!
Luis Sánchez-Moliní
Empalagados de andalucismo
No sé si estás recién prendido, aún entre los olivos, visibles en tu frente las gotas de sangre que sudaste cuando tu angustia entristeció tu alma hasta el punto de muerte. No sé si estás ante Anás, ante Caifás, ante Herodes o ante Pilatos antes de que mandara flagelarte y te coronaran de espinas. Solo sé que estás cautivo y abandonado, solo, absolutamente solo como nadie lo ha estado nunca porque es inimaginable la herida que tu soledad de hombre abrió en tu corazón de Dios.
En tu gesto, la mansedumbre del cordero que se entrega al sacrificio, pero también la firmeza de quien le dijo a Judas: "Lo que tengas que hacer, hazlo pronto" y la dignidad de quien no se doblega ante ningún poder de este mundo. En tus ojos la tristeza de saberte abandonado por todos los tuyos. Solo uno sacó la espada para protegerte y tú le mandaste envainarla porque -le dijiste- si quisieras defenderte más de doce legiones de ángeles se pondrían a tus órdenes. Está escrito que todos tus discípulos te abandonaron y huyeron. Quizás decepcionados por tu mansedumbre. Quizás confundiendo tu valiente entrega con cobardía. Quizás asustados porque mal habría de defenderlos quien no se defendía a sí mismo de los peligros que ya no eran solo una vaga amenaza, sino concreción de orden de detención, soldados, sayones, antorchas, ligaduras, lanzas y espadas. ¡Qué equivocados estaban!
Único Señor cautivo sin misterio, sin Caifás que te interrogue, sin sayón que te abofetee, sin Herodes que te desprecie ni romanos que te humillen, sin Pilatos que te presente al pueblo y te condene. Solo para acompañar soledades, abandonado para compartir abandonos. "Cristo -escribió Benedicto XVI- es el Dios compasivo que se adentra en la aflicción, el que ya no es frente a nosotros el Incomprensible, como aparece en el final en Job, sino que ha descendido en persona al punto más bajo, un ser que es pisoteado, aplastado". ¡Cuánto acompaña tu soledad, Señor Cautivo! ¡Con qué fuerza defiende tu indefensión! ¡Que lección de libertad dan tus manos atadas, qué lección de dignidad da tu firmeza frente a los poderosos, qué lección de sereno valor da tu mirar, erguido y de frente, el dolor y la muerte!
Y cuántas palabras, Señor Cautivo, para decir mal y torpemente lo que tú dices con tu sola, callada y emocionante presencia, que aquí sí que se hace cierto que una imagen -tu sagrada imagen- dice más que mil palabras.
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