Postrimerías

Ignacio F. / Garmendia

Diletantismo

TOMADO del italiano y referido en origen al ámbito de la música, el término diletante adquirió ya en el siglo antepasado un matiz despectivo que no estaba implícito en su raíz, derivada del mismo verbo latino -presente en la célebre máxima horaciana del enseñar deleitando- que en castellano alude igualmente a los placeres sensuales o del espíritu. El que disfruta o hace disfrutar, el que goza o procura el gozo o ambas cosas a la vez, pues los usos transitivo y reflexivo no sólo no se oponen, sino que se apoyan y refuerzan mutuamente. Del mismo modo que amateur, acuñación en este caso francesa que hizo fortuna en el mundo del deporte, la palabra pasó a designar al aficionado por oposición al profesional de cualquier disciplina, de donde la connotación peyorativa que alude a una dedicación en principio superficial o sólo esporádica, propia de temperamentos ociosos o caracterizados por la inconstancia.

Es una definición válida, pero acaso insuficiente en tanto que no recoge el sentido hedónico que distingue a los diletantes, al margen de otras consideraciones, de los expertos reconocidos o sancionados, sin que ello implique que estos no sean capaces de pasarlo bien -otra cosa es que sepan o deseen comunicarlo- a la hora de ocuparse de sus respectivos campos de estudio. Los especialistas forman comunidades muy reducidas de cuyo trabajo, una vez que trasciende más allá de los círculos de iniciados, nos beneficiamos todos. Es normal que sus sesudas disquisiciones admitan, por así decirlo, pocos invitados, pero la lógica distancia que imponen los saberes complejos no debería degenerar en esoterismo gratuito, pues entonces los conocedores, erigidos en sacerdotes o chamanes, se convertirán no en aliados sino en obstáculos. Los miembros de dichas comunidades deploran a menudo, entre apelaciones al rigor, el intrusismo de quienes osan inmiscuirse desde fuera en territorios supuestamente ajenos, lo que puede entenderse en el caso de la medicina, la ingeniería o la física nuclear, pero no en el de profesiones -todas las relacionadas con las artes o las letras- que en vano se equiparan a las ciencias. La mayoría de los lectores, por ejemplo, está formada por aficionados que acuden a los libros atraídos por el deseo, como hacen o tendrían que hacer los críticos, los filólogos y los propios creadores. Lo que sobre todo define, en fin, al diletante, es la actitud, una predisposición festiva que nunca deben olvidar quienes han hecho del placer un oficio.

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