Relatos de verano

Braulio Ortiz Poole

Esparta no quiere a los obesos (V)

20 de agosto 2015 - 01:00

QUIÉN puede fiarse de un historiador o de un arqueólogo? ¿Alguien se ha atrevido a prestarle a alguno un jersey de marca una noche de frío, y puede garantizar que no le han devuelto una imitación comprada en un comercio chino? ¿Qué oculta alguien que mira por costumbre hacia el pasado, normalmente siglos y siglos atrás, y se refugia de las autoridades en bibliotecas? ¿Es el miedo al futuro lo que le empuja a esta forma ilustrada de escapismo, o, sencillamente, vergüenza ante un presente en el que el erudito en cuestión suele tener una considerable cantidad de actos delictivos que esconder? Habituados a la práctica de reinterpretar lo que ha ocurrido aunque esta lectura carezca de veracidad, los historiadores encuentran siempre una excusa que les redima de la cárcel, pese a que en sus ratos libres, debido a esa nostalgia de otras épocas que les nubla la razón, se entretengan guillotinando a sus enemigos y enterrando vivos a sus ancianos sólo para fingir un hallazgo arqueológico.

Esta percepción subjetiva e interesada de los hechos podría haber influido en la errónea revisión que ha sufrido la figura de Fernando VII, un monarca recordado como una decepción para los españoles pero que, en realidad, fue un hombre de una extrema curiosidad intelectual, que impulsó un gran número de avances durante su reinado. (Mucho antes de la invención de las redes sociales, Fernando VII concibió una versión primitiva del Facebook que se usó en los cuartos de baño de palacio. Para evitar el aburrimiento de los ratos en los que hacía de cuerpo, animó a sus amigos a que escribieran en las paredes de los aseos y él pudiese entretenerse leyendo los comentarios. El sistema se fue perfeccionando cuando los aristócratas empezaron a colgar sus retratos e incluso a servirse de este dispositivo para flirtear. Esta diversión se canceló después de que el monarca, según la protesta de su gabinete, defecara demasiado y dejara de atender sus obligaciones). Uno de esos adelantos fue su apuesta por las investigaciones sobre alimentación. Don Germán Ruiz de Alfalfa, médico que estuvo a su servicio durante cinco años, describe en esta carta a su compañero de estudios Don Marcelo Gómez de Figueras los constantes descubrimientos que hacía el gobernante y relata en su texto cómo el rey introdujo en su entorno la dieta disociada.

"No existe en toda la Corte un solo súbdito que se atreva a rebatirle su criterio, nada nuevo en esta patria nuestra de mentecatos dóciles, pero lo que me preocupa, Marcelo, es que empieza a correrse la voz de que el monarca es un visionario que puede anticipar el futuro. (...) Si el jardinero real anda por las dependencias cabizbajo, y se le advierte temeroso de no poder complacer la desconcertante inventiva de su jefe, no menos quebraderos de cabeza tiene ahora el cocinero con la renovación que ha emprendido en los fogones nuestro Fernando VII. Su Majestad ha rechazado cualquier guiso y ha establecido que los alimentos se coman tras pasar por la plancha y por separado: es decir, que las carnes y salazones se tomen sin ninguna clase de guarnición, y las verduras se coman otro día como único plato del menú. Consciente de la extrañeza que generaba esta medida, Su Majestad explicó que había tenido la idea en un sueño de tal intensidad que se despertó convencido de que nacía una nueva era en la alimentación, la era de la dieta disociada, un cambio en los hábitos que ayudaría a criar, nos dijo, ciudadanos fuertes y poderosos.

»»A pesar de la perplejidad inicial, y de que muchos de los súbditos se reúnen clandestinamente para degustar un cocido madrileño con todos sus avíos y han empezado a llamarlo rey felón, es obligado reconocer que la nueva propuesta está provocando una mejora en la salud de todos. Hay damas que tras varios partos y crianzas habían perdido las energías y ahora brincan por los prados mientras cantan con un brío inesperado. Lo más sorprendente es que cantan en inglés, cuando hasta ahora no poseían noción alguna de este idioma".

Sin embargo, como todo hombre adelantado a su tiempo, Fernando VII pagó un precio por su audacia. Aunque los investigadores no han querido ahondar en las razones de su muerte, algunos expertos en gastronomía arguyen que detractores de la dieta disociada promovieron su asesinato, y fue Marcos Talavera, el inventor del plato combinado, quien puso fin a sus días tras batirse en duelo con él. Los testimonios de la época indican que se iba de este mundo un hombre cuya lucidez tenía todavía mucho que aportar, como cuenta Don Germán Ruiz de Alfalfa en otra carta:

"...es triste que esto ocurra ahora, porque llevaba semanas de una creatividad arrebatada, dictando a uno de sus secretarios el relato de una saga familiar que se le había ocurrido y que parecía tener muy clara en su cabeza, aunque dudaba todavía con el título: se debatía entre los de Cien años de soledad y La tribu de los Brady".

(Los nombres que se barajaban pueden equivocar al lector de la actualidad. La trama de la obra, ambientada en el mundo de los viñedos, tenía en realidad un sospechoso parecido a lo que sería posteriormente la producción televisiva Falcon Crest).

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