¡Garmendia!

Con su edición del todo Chaves Nogales, inaugura una época de plena madurez de la que todos esperamos grandes frutos

14 de diciembre 2020 - 01:45

Fueron Vicente Tortajada e Ignacio Romero de Solís quienes, al alimón y desde el mirador de la sevillana calle Placentines, le pusieron el mote mientras lo veían llegar con su veloz paso de corneta: "El esforzado teniente Garmendia". Lo hemos escrito ya en alguna ocasión: Ignacio F. Garmendia es uno de los más brillantes y peculiares ejemplares de los que poblaron las facultades de letras de la Hispalense en los últimos ochenta y los primeros noventa, cuando paseaba bajo las altas bóvedas de la Real Fábrica de Tabacos con su corbata de cordón, al estilo de don Ramón Carande, y un zarcillo de oro que remitía por igual a Shakespeare y a Corto Maltés. No todo el mundo sale airoso de una indumentaria así, pero Garmendia, genio y figura, conseguía el efecto de una elegancia byroniana que aún hoy, ya con un estilismo más recatado, mantiene.

Han pasado treinta años por aquella estampa del estudiante de Filología Clásica, piquito de oro e impulsor, junto a Pepe Roldana, de la revista Tempestas. Hoy, Ignacio F. Garmendia es uno de los críticos literarios más respetados del país, un editor sin par y un fino articulista que todos los martes honra a este periódico con su presencia (estamos a la espera de la prometida recopilación de sus Postrimerías por la editorial Athenaica). Además, como no paran de repetirle sus amigos, es el hombre de moda en la prensa cultural debido a su monumental trabajo de edición de la Obra Completa de Chaves Nogales (Libros del Asteroide), en la que Garmendia ha volcado sus muchas sabidurías y destrezas. Nadie le ha regalado nada. Como un mariscal napoleónico, Ignacio ha pasado por todos los escalafones de su oficio, desde la callada y minuciosa labor del corrector de galeradas hasta la coordinación de grandes proyectos y colecciones. Con estos cinco tomos, Ignacio ha inaugurado una etapa de plena madurez de la que sus incondicionales esperamos grandes frutos.

Pero más allá de su brillantez intelectual, de Garmendia, mitad monje mitad miliciano, atrae una personalidad singular en la que se mezclan lo moral y lo canalla, lo estajanovista y lo gandul, lo aristocratizante y lo menestral, la gravitas y la bacanal, como si a Dionisio Ridruejo le hubiesen injertado en la cabeza una rama de Alejandro Sawa. De él se ha resaltado su pinturero parecido con Manolete, pero nosotros lo imaginamos más como una reencarnación de Gravina, el más galán de los marinos que tuvo España, cuyo nombre está esculpido entre exclamaciones en su sepulcro de San Fernando. Nuestro esforzado teniente de navío: ¡Garmendia!

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