TIEMPO El tiempo en Sevilla pega un giro radical y vuelve a traer lluvias

La aldaba

Carlos Navarro Antolín

cnavarro@diariodesevilla.es

Llanto por los abrazafarolas

Son pájaros sin hábitat, se han quedado sin actos a las ocho de la tarde y sin espaldas donde pegar las sonoras palmadas

Llanto por los abrazafarolas

Llanto por los abrazafarolas

Andan de capa caída, llorando su pena de sal amarga, que diría el pregonero de guardia, porque en Sevilla se dan pregones por encargo todo el año, oiga. Yo conozco a uno que dio el pregón de la Semana Santa de un localidad próxima al Campo de Gibraltar. Le pregunté cuántas veces había visitado ese municipio en Semana Santa. "Ninguna, pero tengo un esquema. Cambio los nombres de las vírgenes y de las calles y para adelante. Qué más da, la gente quiere emocionarse". Diga usted que sí, ese abrazo que no lo veo, que está tardando, que tienes menos vergüenza que un gato en una matanza. Pues andan los abrazafarolas mustios, melífluos, con el ánimo más arrastrado que cierto paso de misterio por la Cuesta del Rosario de regreso. El Gobierno la tiene tomada con ellos. Los tiene atosigados. Ni abrazos, ni la mano, ni nada. La distancia los ha fulminado.

Echo de menos esas palmadas fraternales en la espalda. Ahora nos acostamos antes y nos abrazamos menos. Y Sevilla sin sus abrazafarolas pierde más que Contursa en su último resultado económico. ¡Qué losa, Antonio Muñoz! Hay que salvar Fibes como sea. A lo que íbamos. Mucho se habla de las pérdidas materiales de la ciudad en los meses de pandemia. ¿Pero qué me dicen de cuánto sufre el patrimonio inmaterial? Hay gente que se ha quedado descolocada sin poder ejercer el libre desarrollo de su personalidad, como garantiza la Constitución. Hay que darles calor, aunque sea desde la higiénica distancia del saludo japonés, o con la mano en el corazón como un armao.

Todo es demasiado duro para el ánimo de estas criaturas. Son pájaros sin fauna. No tienen actos a las ocho de la tarde, los desayunos de por la mañana son sin café y las empresas ya no invitan a comer como antes, a no ser que sea con un menú cerrado con las murallas de la Macarena. El hábitat se les ha venido abajo. Los veo de paseo por Rioja, Tetuán o Velázquez. Casi me entran ganas de darles el pésame, como cuando muere un lince de Doñana y conviene enviarle un abrazo a la consejera de Medio Ambiente. Qué será de estos abrazafarolas sin farolas cuando la primavera despunte y ellos anden sin pregones, sin cerveza de gañote, sin comidas de doble turno: en una almuerzan de gorra, tras el entrecot dicen que se van al "turno de tarde", que lo sienten mucho, pero en realidad se van a incorporar a los postres de otra. De oca a oca y a gañotear porque me toca. Todo eso se acabó con la pandemia. A quién abrazaré Dios mío la próxima primavera. Sean comprensivos. Apadrinen a un abrazafarolas. Lo están pasando mal. Y ahora es cuando hay que estar con los amigos.

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