Acción de gracias

Palabras

Los callados, los tímidos, sabemos el valor de cada palabra que pronunciamos, de su condición sagrada

Nunca olvidaré esa frase. La dijo Ana María Matute en 2007, después de ser distinguida con el Premio Nacional de las Letras. Confesó: "Escribo porque no sé hablar", y de inmediato los torpes y los inadaptados nos sentimos reconocidos en aquel apunte. Aquella afirmación nos entusiasmó a quienes encontramos una vez en el papel -en la infancia, en la adolescencia- una manera de comunicarnos que venía a reemplazar nuestra incapacidad para llegar a los otros en la vida. Es hermoso cuando la gente que admiras comparte sus debilidades o limitaciones y se muestra así más próxima, más humana, como cuando en El huerto de Emerson Luis Landero, otro grande, admitía que lo que había aprendido era un saber "confuso, suelto, desparejado. Un poco como en los bazares chinos, donde hay de todo, pero todo de poca calidad". En un panorama en el que unos y otros desempolvan la cita oportuna para cada situación, parecen tener una opinión formada e inquebrantable sobre todo, conmueve esa imagen humilde del saber como un conjunto de cachivaches sin importancia.

Yo escribo porque no sé hablar, y, de hecho, en mi casa recuerdan que fui un niño que tardó unos cuantos años en arrancarse a lo segundo. Siempre digo que en esa etapa primera estaba reuniendo algo de vocabulario, que mantener una conversación con cuatro términos básicos -ya saben, agua,mamá, pipí y otros conceptos que no invitan a una charla animada- no tenía mucho sentido, pero en mi familia llegaron a preocuparse, y, según me contaron, una tía mía planteó incluso llevarme a la Virgen de la Consolación de Utrera, a ver si la ayuda divina facilitaba las cosas. Al final aprendí algo de léxico y me solté, pero no crean que lo de la comunicación verbal no sigue siendo, cuatro décadas después, algo parecido a una asignatura pendiente. Soy de los que, con los nervios, empiezo los chistes por el final, o le cuento a mis amigos algo que me ha ocurrido dinamitando la estructura de presentación, nudo y desenlace y de paso la lógica. Sí, a menudo me enredo en un relato imposible, y reparo en el gesto de quienes me observan y se preguntan por qué demonios no llevo subtítulos incorporados.

Pienso mucho en esa ineptitud para el habla, y a veces la percibo, les parecerá extraño, como una bendición. Porque últimamente veo a demasiado personal deslenguado -y no con la maravillosa Deslengua de Carmen Camacho- que lanza irreflexivo su verbo fácil, y tergiversa los hechos o miente o insulta como un juego sin reglas ni consecuencias. Pero los callados, los tímidos, sabemos el valor de cada sílaba que pronunciamos, de su condición sagrada. Sabemos que, dichas desde la búsqueda de la verdad, desde el respeto, ninguna palabra estará vacía.

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