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LA Iglesia no se va a callar, avisó ayer el portavoz de los obispos, monseñor Martínez Camino, a cuenta de la polvareda que ha levantado el decálogo episcopal acerca de las elecciones. Hace bien en no callarse sobre a lo que a todos nos afecta, y hacemos bien los demás en no callarnos tampoco sobre lo que ella dice.

Que no es nuevo en casi nada. La noticia sería que la Iglesia Católica defendiera el divorcio, el aborto y el matrimonio entre homosexuales. Hasta ahí, normalidad, pues. Lo novedoso es que esta vez el posicionamiento de los obispos incluye una apelación directa a los católicos para que no voten a quienes hayan negociado con una organización terrorista.

Tengo unas preguntas para ustedes, monseñores. La primera, ¿remitirán su nota orientadora a la fundación FAES a fin de que la lea y la medite su presidente, José María Aznar, que cuando gobernaba intentó negociar con ETA -e hizo bien- tras titular a la banda Movimiento Nacional de Liberación Vasco? El intento fracasó, por supuesto que por culpa de los terroristas, y de ello fue testigo privilegiado, en tierras suizas, el obispo de San Sebastián, Juan María Uriarte, que intermedió entre el Gobierno legítimo de España y la cúpula de los asesinos. Sería de una gran hipocresía que la doctrina de la Iglesia en torno a la negociación con terroristas se hiciera depender del color de los gobernantes. Perdería credibilidad y fuerza moral.

Otra pregunta, mirando al interior de la Iglesia. ¿Es más condenable dialogar con ETA que comprenderla y explicar su actividad criminal por la existencia de un conflicto de fondo en el que se equipara la violencia de ETA y la violencia del Estado democrático? No exagero nada. Retrato la postura de un príncipe de la Iglesia, el obispo -ahora emérito- José María Setién, exquisitamente equidistante entre las víctimas de ETA y sus verdugos. "Hay que comprender el dolor causado por ETA, pero también el padecido por ETA", declaró en noviembre pasado. El papel de numerosos sacerdotes vascos en el nacimiento y desarrollo de ETA ha sido suficientemente probado y muchos católicos españoles se preguntan por qué la última organización terrorista de Europa, que ha matado a toda clase de gente, nunca ha atentado contra la Iglesia vasca o alguno de sus ministros. No sé si los obispos han caído en la cuenta.

En fin, la toma de postura de la Conferencia Episcopal no debe escandalizar a nadie, pero suscita este tipo de preguntas para las que no va a ver respuesta, y también una duda sincera acerca de sus efectos entre el sector del electorado al que va dirigido. Quizás no produzca la iluminación ante las urnas que los obispos persiguen. De eso hablaremos mañana. Si Dios quiere, por supuesto.

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