¡Oh, Fabio!
Luis Sánchez-Moliní
Repeticiones y repetidores
SIGMUND Freud escribió muchas tonterías -Nabokov creó un subgénero literario con las parodias de los delirios del psicoanálisis-, pero acertó de pleno cuando estableció los dos principios opuestos que regían nuestro funcionamiento mental: el principio de placer y el principio de realidad. El principio de placer sólo busca la satisfacción inmediata de nuestros instintos y de nuestras necesidades; en cambio, el principio de realidad actúa como principio regulador y somete la búsqueda de la satisfacción a las condiciones impuestas por el mundo exterior. El principio de placer exige una vía directa. El principio de realidad aconseja, por el bien de la empresa, adoptar un rodeo, postergar la consecución del objetivo hasta el momento adecuado, economizar las fuerzas.
Hace poco, Javier Fernández, el presidente de la comisión gestora del PSOE, dijo que hacía falta "un aterrizaje forzoso en el principio de realidad". La frase me llamó la atención. Desde hace muchos años, la política ha entrado en el terreno de las emociones y de los instintos, en la que la fuerza de los hechos objetivos no parece jugar ningún papel. O dicho de otro modo, en la política actual el principio de placer ha derrotado por completo al principio de realidad. Y si los demagogos tienen tanto éxito en estos tiempos, es porque sus propuestas se basan exclusivamente en los mandamientos del principio de placer. España debe un billón de euros, la "hucha" de las pensiones está a punto de agotarse, un territorio ha declarado la insumisión legal al Estado y pretende independizarse saltándose todas las normas legales, pero lo único que importa son las corridas de toros en Cataluña, un boicot universitario a un ex presidente del gobierno y la estatua ecuestre de un dictador que murió hace cuarenta años. Todo es puro principio de placer. Y que se jorobe el principio de realidad.
Es increíble que el griterío infantiloide -la más descarnada manifestación del principio de placer- impida reconocer que se puede ejercer la oposición dejando gobernar al candidato más votado. Pero Javier Fernández parece decidido a volver a la antigua política que hacía prevalecer la razón sobre las emociones y los instintos. Ojalá tenga éxito, aunque eso es muy difícil en esta época de adolescentes histéricos y de pataleos desenfrenados.
También te puede interesar
Lo último