HAY semanas, como la pasada, que comienzan raras y que ya dejan lugar a la normalización. Y no es porque el Betis de Lopera, abocado a los puestos de descenso, decidiese echar al entrenador en el que confió hace tres meses. Tampoco lo es porque el Sevilla de Jiménez normalizara su situación en la Liga y quedase a 17 puntos del líder y a 11 de los puestos de Champions. Lo es por otras cosas más mundanas y laterales al juego, pero que se suben por encima del propio fútbol.

Porque no me digan que no es rara una semana en la que Romario, a sus 41 años de magia, goles y buen fútbol, se enfrenta a una suspensión por dopaje debido a una sustancia que forma parte de un crecepelo. Después de los bueno momentos que ha dado el Baixinho al fútbol, no debería ser justo que su carrera quedara marcada por esa mancha de coquetería cuarentona.

Y no me digan que no es rara una semana en la que, después de casi siglo y medio de fútbol, los de las corbatas intentan arraigar la noble costumbre del tercer tiempo de rugby. Será que los futbolistas no hacen tercer tiempo, esa quedada tras el partido en la que entre cervezas se departe de la familia, los amigosý De todo menos de rugby.

Cualquiera que haya visto un partido de rugby sabrá que se trata del deporte más noble del mundo, pese a la brutalidad que parece destilar. El rugby, el hermano mayor del fútbol, se caracteriza por ser el único deporte de equipo que aún mantiene la esencia amateur, que aún no se ha despojado de sus valores para vendérselos al primer que pasa. Por eso, en el rugby, el tercer tiempo no es más que una prolongación lógica del juego.

El fútbol, al contrario, hace tiempo que se dejó envolver por los billetes, provocando que ni siquiera los jugadores del mismo club se conozcan. ¿Es ahí donde quieren establecer el tercer tiempo? ¿Antes o después de los compromisos comerciales de cada jugador? Más valdría que destinaran dinero a seguridad, urbanidad y educación antes de lanzar peregrinas ideas. Hay semanas rarasý