La aldaba
Carlos Navarro Antolín
La alegría de Fito
Sacarle partido periodístico a Sevilla en broma no debe ser empresa fácil. Sobre todo, cuando por estos pagos la gracia es ambigua. Y generalmente esquinada la suerte de los graciosos, salvo que cuenten, muy pocos, con la dichosa bendición de una gracia esclarecida. Desde 1916 hasta 1930, Agustín López Macías, Galerín, publicó, cada primavera, una entrega de su Sevilla en broma, en cuyas páginas pasaba revista a acontecimientos locales de distinta enjundia, sin que faltar pudiera su agudeza jocosa. La última edición fue titulada El Libro de Galerín y, en 1984, el profesor e historiador Carlos Arenas Posadas adoptó ese título para reunir, con un ameno prólogo, textos del periodista sevillano nacido en Sanlúcar de Barrameda, porque su profesión de sevillanía -no le demos muchas vueltas y téngase por consabido qué se quiere decir con ello- le otorga nacencia sevillana.
Cuenta Arenas que, enfrentado Galerín con Primo de Rivera, su Sevilla en broma del año 1928 fue destruido de manera chulesca por el gobernador Cruz Conde, tras recibir la orden del general. Retirados fueron los ejemplares de la edición y el gobernador citó a Galerín en el Prado de San Sebastián, lugar cercano al de los antiguos autos de fe, donde Cruz Conde lo esperó delante de los libros amontonados para, sin demora, disponer que se quemaran y, ejecutado el auto, despedirse ambos con cortesía y sin mediar palabra. Dos años después, con la censura menos estrecha, Galerín estrenó una obra teatral, a la que también llamó Sevilla en broma, en cuya escena final Cruz Conde aparecía dentro de una cazuela, cocinándose a fuego lento.
Llegado a Sevilla en 1885, con cuatro años de edad, muerto su padre en faenas de pesca, Galerín se abrió camino como aprendiz de imprenta y ya tipógrafo ingresó en la plantilla del periódico El Liberal, donde llega a ser jefe de talleres a la vez que se estrena en labores publicistas y periodísticas, para ejercer, en 1920, como redactor del periódico. Medía su vida Galerín con un reparto peculiar: "Antes y después de que te miren las mujeres". Del mismo modo que no escribió sus memorias porque adelantó que solo pensaba hacerlo "el día que dejaran de gustarme las mujeres". Carlos Arenas, en su prólogo de 1984, ya advierte que tales declaraciones de Galerín han de entenderse hechas en su tiempo, con una acotación acaso más debida a la corrección política que a la oportunidad. Un artículo de Galerín, publicado el 30 de julio de 1916, relata un vivo trayecto en el tranvía de circunvalación: "La pasajera que nos toca en suerte es una mujer guapa, en el tranvía y en todas partes (…). Lleva "nuestra" viajera una blusa de esas que le han dado en llamar "camaroneras", y como dominamos por la estatura y el sitio, viene enseguida a nuestra memoria, sin querer, el soneto de Carrasquilla, El calvario que es lo que fuimos pasando todo el camino".
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