DESDE hace algunos años se viene hablando del turismo cultural como una línea de trabajo de amplio desarrollo y futuro en nuestro país. Naturalmente tiende a expresar la visión de nuestra cultura de todos aquellos que se dedican profesionalmente al turismo, tanto empresas privadas como instituciones públicas. Desde el punto de vista cultural, la expresión es un tanto reiterativa, ya que no podemos olvidar que el turismo tiene un origen cultural y educativo. La propia palabra, turista, describe a los que realizaban el Gran Tour que los hijos de las clases acomodadas inglesas y alemanas giraban por las principales ciudades europeas (París, Venecia, Roma, otras ciudades italianas, etcétera) como complemento de su educación y que se popularizó sobre todo en el siglo XIX.
España tardó en incorporarse a los países objeto de turismo, tanto por nuestro convulso siglo XIX, como por la ausencia de buenos alojamientos que garantizaran una buena estancia en diversos puntos de nuestra geografía, salvo San Sebastián y alguna ciudad más vinculada a los baños. La imagen atractiva y exótica que los viajeros románticos contaban de nuestra península, incluía la otra cara de la moneda, al mencionar la dificultad de nuestros caminos y lo precario de las estancias.
Por todo ello tiene tanta trascendencia la figura del Marqués de la Vega Inclán, que ya en 1910, desde la Comisaría Regia de Turismo inicia la construcción de una estructura hotelera que alojara a los visitantes con un acomodo de nivel internacional. Surgen así los Paradores Nacionales empezando por el de Gredos, inaugurado en 1928. Y otros productos turísticos, que dirían ahora, promovidos por el marqués, como el Museo del Greco en Toledo (1911), la Casa de Cervantes en Valladolid (1915) y el Museo Romántico en Madrid (1924). Así como la visión turística de Sevilla para la Exposición Iberoamericana de 1929, con la restauración del patio del Yeso y otras mejoras en el Álcazar, la promoción del barrio de Santa Cruz y otras actuaciones en Sevilla que aún mantienen su vigencia, también concebidas por este precursor del turismo español.
Ahora, un siglo después, la red de Paradores está en una profunda crisis económica. Puede ser una crisis de gestión desde una empresa pública, modelo que no se está mostrando muy eficaz. Pero también es obvio que las comunicaciones y las infraestructuras hoteleras españolas han cambiado enormemente, tanto con el desarrollo turístico desde 1960, como con el nuevo perfil de hace un par de décadas, con la aparición de hoteles con encanto y alojamientos rurales. Y el desarrollo de la gastronomía local en cualquier rincón de España. Han pasado los tiempos en que cualquiera de nosotros, a la hora de emprender un viaje, miraba si había un Parador en la localidad a visitar o cerca, porque con seguridad era la mejor opción. Pequeños hoteles, con gestión familiar en muchos casos, diseñados y amueblados según los gustos de las nuevas generaciones, con productos del terreno (vinos, frutas, verduras, quesos, dulces…) en sus desayunos y almuerzos, son hoy nuestra mejor opción.
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