‘You can’t’

Mis amigas, como Alsop, bajaron la cabeza no para darse por vencidas sino para frenar con mayor fortaleza las embestidas

Las dos palabras más letales para mí son exactamente: You can’t, tú no puedes hacerlo”. Esa frase es de Marin Alsop, la primera mujer directora de orquesta en el mundo de una ciudad importante, Baltimore, en Estados Unidos. No lo fue hasta 2007 después de una carrera llena de obstáculos, sinsabores y barreras que su muy temprana vocación y su fuerza lograron sortear. De Alsop se ha hecho un magnífico documental en el que brilla su referente y mentor, el musico Leonard Bernstein –que vino a Sevilla en aquel festival de cine de los primeros ochenta y pude entrevistarlo gracias a Pilar Távora, los grandes de verdad suelen carecer de soberbia–, ese tipo que amaba tanto la música que luchaba por compartirla y arrancarle el elitismo de los estrenos de traje oscuro y tacones de salón. Fue por el impacto que tuvo al verlo por primera vez en una sesión para niños, cuando Marin decidió ser eso y así se lo dijo a su padre, músico como tambien su madre. Al día siguiente, la profesora de violín le espetó por primera vez ese You can’t que volvería a oír una y otra vez como lema de la barrera tan invisible como inexpugnable que la alejaba de su vocación. Al verla tan triste su padre le regaló una caja llena de batutas. A ellas se fue aferrando hasta que fue haciéndose un sitio que la llevó ya como conductor a Baltimore y Sao Paulo. Antes había tenido la tentación de alejarse de todo, de tirar la toalla y mandar a hacer corcheas a la mayor parte del oficio. “No podría soportar ver a una mujer contonearse en el atril mientras escucho a Mahler ”, dijo un colega. Sin explicaciones la rechazaban una y otra vez en la célebre escuela Juilliard, donde se había formado brillantemente pero donde no la querían para dar clase de dirección. El documental lo firma otra mujer, Bernadette Wegenstein, y está disponible en una famosa plataforma. Yo la he descubierto gracias a Lola Cintado y a la malvada red de amigas inquietas que me sostienen. Porque todas ellas, mis amigas, unas periodistas y otras no, alguna de C.V. que quitan el hipo, van a la peluquería , se hacen la manicura y la pedicura incluso –las más sofisticadas– y hasta tienen tiempo para elegir la ropa que quieren llevar. Viciosas como yo cocinan o hasta ordenan los armarios y las vidas ajenas. Y nada de eso les impide que hayan sido y sean profesionales eficaces y la mejor fuente para recomendar libros imprescindibles, películas y series inteligentes, sucesos históricos o artículos necesarios para estar al día sin gastar el tiempo en fruslerías. Todas se han forjado en tiempos difíciles para compatibilizar la vida ( familiar o no) con el trabajo. Pero lo han hecho. Porque, como Alsop, bajaron la cabeza no para darse por vencidas sino para frenar con mayor fortaleza las embestidas. Aunque les hablaran de peluquerías, otra forma de decir ese maldito You can’t.

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