La ciudad y los días
Carlos Colón
Montero, Sánchez y el “vecino” Ábalos
No viajar donde no hayan estado los romanos te deja sin conocer muchos destinos a los que llevan las líneas aéreas de bajo coste, pero reduce el riesgo de sufrir problemas estomacales. Los romanos son una garantía. Hay criterios que son estrictos, puros corsés que restringen, pero son la seguridad de emprender periplos de baja volatilidad. Otro es el de no entrar en bares y restaurantes que han estado cerrados por vacaciones hasta que lleven, al menos, una semana de funcionamiento. Entrar el día de la apertura es someterse al olor a Taifol, arriesgarse a probar el aceite de freidora que se empleó en la festividad del Carmen, advertir un tono rancio en las lonchas de jamón que parecieran tiesas por efecto de un invisible cinturón de esparto. No pasa nada por aplicar una suerte de período de carencia. Sabemos de uno que probó rollitos de primavera agriados en un establecimiento japonés al que se le debió ir la luz en plena ola de calor. Y, claro, los rollitos tenían un sabor “fuelte, fuelte”, como admitió el metre. No tengan prisa en regresar a su bar de cabecera si el dueño pegó el persianazo para sus merecidas vacaciones. Hay más criterios. Pidan agua fría en segundo lugar, pues el primer vaso se lleva siempre la caliente. El frío tardar unos instantes en hacerse notar. Quiten el cubrecama o la colcha en cuanto accedan a la habitación del hotel. Hemos visto al hombre en la luna, pero no a una camarera colocar colchas o cubrecamas recién extraídos de la lavandería. Y mucha gente tiene la costumbre de echarse directamente encima con los zapatos puestos, o colocar las maletas sobre la cama con las ruedas sucias hacia el interior. El día que la Facua de Rubén Sánchez haga controles de calidad al respecto se va a forrar.
Procuren evitar los establecimientos con camareros con pinganillo. Suelen ser muy lentos en el servicio, con mesas de tablero grueso, una decoración muy cuidada que se repite en todos los bares abiertos después de la pandemia, pizarras que anuncian los “platos” con tizas de colores y mucha variedad de panes con semillas. El uso del pinganillo no es una buena señal. Solo falta que lo demuestre un estudio de una universidad norteamericana. Al tiempo. Evite el AVE salvo caso de extrema necesidad, no tenga el mal gusto de contar sus vacaciones si no le han preguntado, no caiga en la novelería de comprar ya productos navideños y cuídese de las tertulias políticas del “dicho lo cual”, “las líneas rojas” y las “visualizaciones”. Los años pasan y se van aprendiendo criterios aparentemente irracionales pero de enorme utilidad práctica. Y la paz en misa se da con una cabezada. Eso dar la mano a desconocidos no es recomendable. Casi ni a los conocidos.
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