La aldaba

Carlos Navarro Antolín

cnavarro@diariodesevilla.es

Tres décadas del bar La Fresquita en la calle Mateos Gago

Abrió en la Sevilla nostálgica del 92, en el tramo más tranquilo de Mateos Gago y con una clientela de cofrades de a pie

Pepe Rodríguez Navarro, en la taberna La Fresquita en los años 90.

Pepe Rodríguez Navarro, en la taberna La Fresquita en los años 90. / M. G. (Sevilla)

Cuando se fundó éramos muy pocos los que frecuentábamos su recoleto espacio. Llamaba la atención una taberna tan pequeña y en ese tramo de Mateos Gago que es un bálsamo de tranquilidad, protegido por la alta espadaña de la parroquia, frente al muro del colegio siempre tranquilo por las noches y con la escolta de aquel vecino que nunca olvidaremos, Antonio de León, el capataz de la voz rasgada y siempre con fachada de señor. Era la Sevilla de los años de la depresión tras el 92. Había que tenerlo muy claro para abrir un negocio. Y Pepe lo hizo. Su nombre y apellido de verdad son Pepe el de La Fresquita. Un macareno de los pies a la cabeza, de los que se tomaban dos aspirinas antes de salir en la Madrugada y guardaba ayuno hasta que llegara el bacalao con tomate del mediodía del Viernes Santo. Siempre lleva por bandera su devoción a la Virgen de San Gil. Y un gran cuadro de la Esperanza de Triana ocupa uno de los lugares privilegiados del bar.

Conocidos cofrades y personajes de la ciudad paran en la taberna en cuaresma y fuera de temporada. Sobre los pregones nos confesó un día su particular teoría que, al formularla, parece evocar el mandamiento taurino que recomienda ir en corto y por derecho: “Tienen que hablar de las cofradías, de los cristos y de las vírgenes, y no de esas cosas raras de ahora...” Cuando llega el verano, Santa Cruz sigue oliendo a incienso y evocando madrugadas en esta Fresquita que triunfa por la combinación de un tabernero auténtico y de un espacio pequeño.

El negocio ha cumplido 30 años. Hay que felicitar a Pepe por conservarlo, cuidarlo e incluso ampliarlo. Hace años que ya lo frecuentan muchos famosos y políticos. Y también señores como don Manuel Cossío, muy de los mediodías de domingo. Cuando se fundó el negocio eran exclusivamente cofrades de a pie quienes paraban por el bar a la búsqueda de un lugar apacible para tomar la cerveza tras la misa oficiada por don Pedro Ybarra. Y si el dinero de los estudiantes alcanzaba se podía pedir el montadito de bacalao con salmorejo. Pepe lo llevaba todo para adelante en solitario, con el delantal puesto y una vista de lince para controlar las cuentas de forma discreta. Un vídeo VHS proyectaba una película de la Madrugada en sesión continua. Algún cliente aprovechaba para aparcar el espacio de acera que existe delante de la Casa Salinas. Con el tiempo resultaba ya más fácil pillar un palco en la plaza que un sitio en la barra de la Fresquita. Es el éxito del que nos alegramos. Larga vida a Pepe, un tabernero bueno, y a su acogedora taberna.

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