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El dichoso cohete de Pentecostés

Cuánto contrasta esta silente invocación de Pentecostés con todo lo que ahora se escenifica ahí fuera, llegado el Rocío

Una minoría acaso estrafalaria tiende a creer que toda sombra, al cabo, es hija de la luz verdadera y que el éxito, probablemente, viene de perseverar en el fracaso. Robinson Crusoe nunca lo entendió. Citamos nosotros al fastidioso héroe cristiano de Defoe, pero lo anterior suele repetirlo el escritor y sacerdote Pablo d'Ors. Hace unos días, invitado por la cátedra Marcelo Spínola, impartió una charla en el hemiciclo del Gran Poder en San Lorenzo.

Versó su disertación en torno a su libro Biografía de la luz. Una lectura mística del Evangelio. Esta obra no forma parte estricta de su trilogía sobre el silencio (Biografía del silencio, El amante del desierto y El olvido de sí), pero sí puede considerarse como un fluido natural del citado primer título, su exitoso opúsculo dedicado al silencio o, por mejor decir, al silenciamiento interior.

Pablo d'Ors, creador de la red de meditadores Amigos del Desierto (AdD), afirma que el ruido es puro terrorismo, incluido el picadillo de las redes sociales y la neurosis digital. Coincidió su meditativa charla con la escandalera que escoceses y alemanes, entre cantata y bebercio, estaban ocasionando por la ciudad con motivo de la pasada final de la Europa League. Aceptaremos, por tanto, que la llamada Ley de Murphy pudiera ser otra forma de portar la cruz a través del humor y de sus fatídicas intersecciones.

Precisamente, ahora que se aviene el fuego divino de Pentecostés, nos hemos acordado de la oración -Secuencia de Pentecostés- con la que los meditadores de AdD inician sus sentadas en silencio y completa quietud marmórea: "Ven, Espíritu divino, manda tu luz desde el cielo. Padre amoroso del pobre; don, en tus dones espléndido; luz que penetra las almas; fuente del mayor consuelo…". En cada sentada el meditador se limpia y se silencia, procurando descifrar que acaso la espiritualidad, después de todo, no sea más que el contacto con lo que hay. Al Misterio, pues, por la aspereza.

Cuánto contrasta esta silente invocación de Pentecostés con todo lo que ahora se escenifica ahí fuera, llegado el Rocío, con su cohetería, su jolgorio, su despiadado tamboril y, en general, su caravana de fe ruidosa que llegará a las dóciles marismas de Doñana. Nada que ver, en espíritu y deleite, con la serena contemplación del fuego de meteoritos del Espíritu Santo que pintara, entre otros, Fray Juan Bautista Maíno, presente en el Museo del Prado, donde la Virgen María recibe la energía divina junto a los apóstoles y una sublime Magdalena. La estética del Rocío nos sacará de la contemplación, el silencio y la quietud.

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