La ciudad y los días
Carlos Colón
Montero, Sánchez y el “vecino” Ábalos
Los datos cantan. El año pasado abandonaron la ciudad 240 médicos y 300 enfermeros. Una diáspora de la que este periódico informó ayer con todo detalle gracias al trabajo de Cristina Valdivieso. Se marchan a la búsqueda de mejores condiciones laborables. No son suficientes los reiterados cánticos sobre la calidad de vida en el sur y blablablá. Eso ya no cuela. No pocos de los que emigran lo hacen al extranjero. Aquí se cobra poco, se trabaja mucho, se asume un alto riesgo y además se puede sufrir una agresión y encima sentirse desamparado. Hace tiempo que el médico dejó de ser una figura de prestigio para ser un proveedor de tratamientos y recetas. Una degradación que también lastra el gremio de la enseñanza. Los médicos se van de Sevilla, ciudad que vive del turismo, pero a la que faltan camareros. Contar con un buen fontanero es una información reservada y encontrar ingenieros de caminos que hagan de jefes de obra se ha vuelto todo un reto. Te dicen algunos expertos que los jóvenes de hoy priman mucho más el tiempo de ocio que el del trabajo, que son de otra cultura. ¡Estupendo! ¿Pero quién paga la cuenta? También se denuncia que los treintañeros actuales asumen que será difícil o imposible tener un piso en propiedad. Tampoco las generaciones anteriores se podían permitir viajes de novios a países del extranjero de estampas paradisiacas después de fiestas nupciales de diez o doce horas de duración. Toda coyuntura tiene sus pros y sus contras. El caso es que los consultores gastan tiempo y energía en seleccionar un personal que después termina fallando. Habrá que volver a primar el trabajo con más prestaciones que el sueldo: desde la caseta de feria corporativa a las subvenciones para las gafas de los hijos, pasando por el pago de las horas extras, la posibilidad de recibir una mensualidad completa como anticipo y, por supuesto, la ayuda para la vivienda. El caso es que trabajar tendrá que ser rentable desde el punto de vista de los jóvenes de hoy, no desde la posición del que ofrece el trabajo. Porque los jóvenes ya imparten su particular lección viviendo con menos recursos. Se adaptan como pueden. Son tanto hijos de sus padres como de una coyuntura.
Nadie quiere oír ya el cuento del mérito, el esfuerzo, el sacrificio, el hacer más de lo que se exige como tarjeta de presentación.. ¡Váyase usted con esa orquesta a otro auditorio! Que después empalmamos las crisis y el máster en la universidad privada tiene el valor de un pimiento frito de bodegón de la calle del Infierno. Mientras haya quienes paguen las cuentas, iremos parcheando el problema. La mentalidad no se cambia en cinco años, tampoco cultivamos la actual mentalidad en dos días. Una generación acomodó en exceso a la siguiente (como clama el juez Calatayud) y las dos crisis (la económica y la sanitaria) armaron de argumentos a los jóvenes que se sienten directamente estafados. Ahora reclaman su derecho a respirar en la calle, pues los pisos libres están ocupados por turistas los fines de semana. Y el que puede toma las de Villadiego a buscar un sitio mejor, como en tiempos se hacían las Américas.
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