¡Oh, Fabio!
Luis Sánchez-Moliní
Empalagados de andalucismo
Una calle del centro de Sevilla. Bamberg. Un sofá rojo y un butacón con el mismo tapizado encarnado esperan que alguien los recoja para ser depositados en el cementerio de lo inútil, lo inservible, lo descartado. Y eso siempre que no haya un espontáneo que los valores y se los quede, que de la basura se han sacado objetos de enorme valor: cuadros, candelabros, muñecas antiguas, hierros, percheros, vasijas, etcétera. Las calles de Sevilla acumulan basura. Y el desecho ha dejado de ser noticia. Nos hemos acostumbrado a los residuos en cualquier rincón. Por eso hay ratas. Y ratones. Algunos se cuelan en las casas y te pillan escribiendo. ¡Vaya, podía ser la inspiración, no un roedor! Pero es lo que hay. A marcar el número del flautista y que no tarde. El sofá y el butacón son una metáfora de la ciudad superada, vieja, desfasada en muchos aspectos, no en todos. No se trata de abonarse al catastrofismo ni a la nostalgia, tan solo de interpretar el tiempo que nos ha tocado vivir. El centro de Sevilla sigue siendo una maravilla pese a todas las incomodidades, la ciudad es una gran admirada y envidiada por todos sus valores y potencialidades, pese a que no siempre haya tenido gestores a su altura, y la marca de la urbe como tal tiene una resonancia en el exterior fácilmente comprobable. Pero nos cuesta la adaptación a los cambios, tanto como la familia que por fin ha decidido renovar el suntuoso sofá y el despeluchado butacón porque quizás ya no aguantan ni un nuevo tapizado. Se puede cambiar de muebles sin hacerlo de estilo.
Se puede renovar la ciudad sin menoscabo de los valores que la hacen reconocible. Se ha hecho con las farolas de Sierpes y con los adoquines de la Cuesta del Rosario, pero no con el mobiliario del Salón Colón, el Paseo del Marqués de Contadero o el toldo-palio del tranvía. La ciudad se tiene que poner al día sobre todo con las cuestiones internas, como la limpieza, los serenos y la planificación de la seguridad de la fiestas mayores. La promoción exterior se nos da muy bien. La venta de Sevilla es bastante fácil, porque la ciudad en eso discurre sola, como las buenas cofradías. Somos sufridos para acoger todo tipo de acontecimientos, sabemos guardar silencio como el anfitrión que hace como el que no ha visto que el invitado se ha limpiado las manos en la cortina, ha apagado el cigarro donde no debe o se ha orinado fuera. El sofá encarnado es la imagen de una ciudad que ya no existe, superada por las circunstancias. Tal vez su usuario haya llegado al cementerio antes que el mueble. La Sevilla del siglo XXI sigue siendo una ciudad que cada día se levanta para luchar contra su propia decadencia. Y a la que cuesta cambiar los muebles, las inercias y salir de las crisis.
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