La aldaba
Carlos Navarro Antolín
Pedro, sé fuerte
Cuestan dinero, deben ser lavadas periódicamente, generan calor, pueden provocar alteraciones cutáneas, dificultan el habla y por supuesto la respiración, reducen las posibilidades de reconocimiento facial... No vemos el día de librarnos de la obligación de llevar las mascarillas.
Son un engorro que difícilmente olvidaremos el resto de nuestras vidas. Incómodas por mucho que se haya creado una original industria de la moda, siempre digna de agradecer. Pero el otro día, con motivo de un acto social de relumbrón, comprobé la gran utilidad de las mascarillas. ¡De la que me libré gracias a que todos portábamos este bozal por siempre ligado al tiempo de coronavirus! La gente tiene tantas ganas de salir, alternar y dejarse ver, con lo bien que se está en casa de uno y Dios en la de todos, que te abordan más que te hablan, te roban el espacio vital, te meten sus opiniones en el cuello de la camisa. Qué rápido hemos olvidado la siempre recomendable distancia interpersonal, que algunos ya guardábamos antes de la pandemia.
Con tanto arrimado a la charla con ganas de hacerse oír, la mascarilla se convierte en un instrumento de defensa y de higiene. Recordé aquellos tiempos de canapés en los que señores y señoras te echaban el aliento a tinto, blanco o gaseosa. Por desgracia no hay defensas frente a los que te están tocando mientras te hablan. Te apartas discretamente y los tíos se acercan más y te hacen el hilo. Al menos en este tiempo de mascarillas nos libramos o reducimos el efecto de los malos olores ajenos. Qué asco cuando un tío sin mascarilla te quiere contar algo supuestamente confidencial, se te aproxima a la cara y te rumia toda la tapa de salami en el oído. Miedo me da volver a cierta normalidad de flatulencias, piorreas y descaro.
Con tanto tocamiento, tanta cultura sobona que diría el enorme Albert Boadella, tanto desplazamiento, tanta mezcla y tanto intercambio de microbios, mucho hemos tardado en sufrir una pandemia. Habría que dejar la mascarilla obligatoria en los actos sociales con canapé y la obligación de al menos un metro en los corrillos. Dice el presidente de la Junta de Andalucía que este tiempo nos ha obligado a ser más humildes. Bastaría quizás con que nos enseñara a ser más limpios, más higiénicos y menos invasivos. La distancia siempre ha sido la seguridad en todos los ámbitos, no sólo en el tráfico. Pero ya verán ustedes el bajonazo que van a pegar los fabricantes de mascarillas y de geles hidroalcohólicos en cuantito haya inmunidad de... rebaño.
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