Las mejores tiendas del verano

Es saludable que los puestos infantiles sigan presentes en los paseos marítimos de muchas playas

La gran verdad oída en la Puerta de la Carne

Los bloques de la Avenida, el Berlín sevillano

Un puesto infantil de venta de pulseras, collares y conchas en el paseo marítimo de una playa de Huelva.
Un puesto infantil de venta de pulseras, collares y conchas en el paseo marítimo de una playa de Huelva. / M. G.

16 de julio 2025 - 04:00

Cuando la memoria baja la mano para llevarnos embebidos en la muleta de los recuerdos siempre está la mar de fondo, marco y contexto, las luces rítmicas de un faro que hace de tío-vivo sin música de pianillo, la arena suave al ser pisada y molesta cuando se cuela en el calzado y los puestos infantiles que ponen a la venta sobre una toalla, un poyete o una mesa plegable las pulseras, collares, pequeños peluches, conchas y caracolas pintadas por las manos inocentes del tiempo azul que nunca expira. La memoria nos cita cada día para arrastrarnos al pretérito que no siempre hiere, nos convoca por la música, el ruido de un motor, la brisa a la hora de la siesta, los pinos altos de una carretera, los ritos que componen la vida cotidiana tan sencilla como anhelada por quienes la perdieron, o el sabor de unas bolas de helado que se saborea en un paseo parsimonioso con el premio final del barquillo del cucurucho. Y siempre está la mar, con sus playas, sus puestas de sol que son el mejor reclinatorio al aire libre para una oración, los minutos postreros de un día que traen consigo la esperanza en un nuevo amanecer y los paseos amenizados por esos puestecillos ambulantes, infantiles, blancos e inocentes. Sus pequeños emprendedores juegan a vender manualidades y baratijas sin saber que ofrecen mucho más, hacen mejor los días del verano profundo, el que comienza hoy, festividad del Carmen, y. tendrá su mañana culminante con la Virgen de los Reyes. La base recortada de una botella de plástico sirve de caja para el dinero, montón de monedas de cobre guardadas como un tesoro. En la hoja arrancada de un cuaderno se anuncia el nombre del puesto escrito en mayúsculas con un rotulador Carioca que se deduce desgastado. Y, por supuesto, las toallas del baño son el tapete.

Con las dentaduras melladas y los pelos hechos unos remolinos por efecto del último baño. Así salen los niños a poner sus puestecillos a la caída de la tarde en tantas playas que acunan los días del verano de la infancia, del tiempo en que nadie falta, las pieles se escuecen por la sal del mar, los mosquitos son la única amenaza, los horarios se relajan y las noches son todavía para hablar de Ovnis. La memoria baja la mano, siempre la baja, y retrocede las horas del reloj a la velocidad del rayo para dejarte justo delante del puesto de la infancia, a la hora en que ya pasó la merienda, la arena ha perdido la fuerza del calor de mediodía, la orilla está ahormada, exquisita y hermosa. Una caracola o una piedra pintada a mano, una gargantilla hecha con cuentas elásticas, antiguos tebeos de Mortadelo y Filemón, muñecos para el baño... El puesto de la infancia siempre espera el momento para ofrecernos cuanto creíamos perdido. Y siempre está ahí, a la espera de la hora postrera del sol, cuando el cielo es un altar para elevar las oraciones que mantienen presentes aquí a quienes ya habitan en una playa sin marejadas con un gran paseo donde tampoco faltarán esas mejores tiendas del verano donde se ofrece tanta ternura que es la base del amor.

stats