La aldaba
Carlos Navarro Antolín
Qué clase de presidente o qué clase de persona
Si quieren un avance informativo de lo que tendremos en España de aquí a poco, peguen un salto y encájense en Tokio. Cuando estuve hace unos meses, me quedé de un aire con la fiebre adulta –y hasta adúltera– por los muñecos. No los portan en sus mochilas tiernos mancebos sino nipones como trinquetes, trajeados y de maletín oscuro. Van con ellos –me confiaba, atónito, mi anfitrión español– a las reuniones. Quizá cobijan su soledad en esos vÍdeos de gatitos jugando con ovillos, que pueden verse en pantallas gigantes encaramadas a altos edificios, en infantiles artilugios domésticos, en melodías, dibujitos o en semejante muñequerío que no reservan a la intimidad, como cualquiera haríamos de conservar peluches de la infancia o ganados a tiro limpio en alguna feria: van con sus peleles por las calles y a los trabajos. Esta moda ya ha llegado hasta nosotros, Labubus, Sonny Angels et al. hacen furor entre los más propensos a contagiarse de lo cool y lo trendic (con perdón).
Sevilla es una ciudad con cierta inclinación a los muñecos, mas es de otra guisa. (Y por muñecos no me refiero, como hacen algunos –hay que ser brutísimos– a las tallas de Martínez Montañez, La Roldana o Juan de Mesa). Aquí hubo y queda cierta tradición de estatuillas y talleres muñequeros (lo mienta en La Ciudad Chaves Nogales), belenistas, jugueterías con soldaditos, recreaciones con airgam boys y tiendas por el centro, por la ancha de la Feria o en el mismo Jueves, donde proliferan angelotes, santitos, barriguitas, nancys, maniquíes y otros objetos con forma humana. Insisto: siento que esta tradición muñequera es de signo diferente al de la reciente moda.
Quien sea que se haya encargado de hacer penetrar aquí esta tendencia ha estado vivo si le ha propuesto a la prodigiosa Guadalupe Fiñana, aka Abuela de Dragones –quién no muere con ella, quién no la tiene comparada con la suya– para que enseñe en sus redes los nuevos muñequitos. Ella es el engarce entre el viejo y entrañable cariño autóctono por los muñecos y esta nueva moda más propia de sus nietas, siendo, como digo, lo uno y lo otro muy distintas cosas. Mi abuela, que se me fue este año, tenía sus muñecas de punta en blanco. Mi abuelo, carpintero, demoraba su parkinson haciéndoles camitas y pedestales a las de su hija y sus nietas. De dónde les vendrá a los mayores tal ternura. Eso sí que no viene en la caja de los nuevos monigotes cuquis. No está a la venta.
También te puede interesar