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La aldaba

Carlos Navarro Antolín

cnavarro@diariodesevilla.es

El niño al que los reyes lanzaban bellotas

En la muerte de Antonio Fernández Pérez (1925-2020), un luchador orgulloso de su condición de chófer del rector

El pasado 16 de marzo le escribí para preguntarle sus recuerdos de la Semana Santa de 1933, cuando no salieron los pasos. Estábamos en cuaresma, recién estrenado un encierro que duraría casi cien días. Antonio Fernández (1925-2020) me respondió con celeridad: "Yo tenía ocho años y recuerdo que no existían los palcos ni tantas sillas". La mente se le fue a evocaciones más propias de aquella infancia: "Sí me acuerdo de que la cabalgata de los reyes magos salía años después de la plaza de toros y que los niños del barrio, muchos de las casas de vecinos que ya no existen, recogíamos bellotas porque era lo que tiraban por razones económicas. Carlos, era la época del hambre". Y después me detalló la situación de su niñez, con una madre viuda y varios hermanos, entre ellos uno menor que él. Remataba cada mensaje enviando recuerdos a mis padres y firmando de una manera particular: "Un abrazo del primer chófer del rector". Antonio Fernández Pérez fue muchas más cosas que el líder vecinal del Arenal, premiado por un periódico universitario por su "tenaz lucha contra los abusos de la Administración pública". De la que más orgullo sentía no era de su condición de licenciado en Derecho, sino de haber sido el conductor de rectores como Carlos García Oviedo o José Antonio Calderón Quijano. Hace poco me contó la alegría que le dio Miguel Ángel Castro, actual rector, cuando le llevó hasta su casa en el coche oficial después de una reunión en la antigua Fábrica de Tabacos. "Más adelante te explicaré el motivo del encuentro". Pero se murió el otro día y no me lo contó. Sólo sé que en sus paseos por la calle Antonia Díaz le gustaba detenerse un instante y mirar de lejos al Hospital de la Caridad: "Ahí está ella esperándome". Y se refería a su mujer, que descansa en la paz del hogar de Mañara. Para que no se le empañaran los ojos cambiaba rápido de tema: "¿Sabes que tengo un nieto que es mago?". Hoy sigo viendo a Antonio Fernández llamando a casa de Antonio Ordóñez para ponerle sus últimas inyecciones, o amortajándolo con la túnica de la Esperanza de Triana. Lo veo en la barra de la Isla un mediodía de domingo recordando cuando la Plaza Nueva tenía el firme de albero y las farolas debían ser encendidas una a una, en la función de su querida Archicofradía Sacramental del Sagrario, o de charla con su vecino Joaquín Moeckel en el Arco del Postigo. Su lema en la vida era Ultra et recte. En corto y por derecho. Pero sobre todo lo veo ya y para siempre siendo un niño del Arenal a la búsqueda de aquellas bellotas que sabían a la dulce golosina de una infancia tan dura que lo forjó para siempre como un gran luchador, un ciudadano tenaz.

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