NOTAS AL MARGEN
David Fernández
Un milagro por Navidad: salvemos al país
En cuclillas para otear el salto de las olas que va a sufear en la desembocadura del río Nung, a pecho descubierto y envuelto entre la balasera del Vietcong, el estruendo de la Marcha de las Walkirias y el nauseabundo picor del agente naranja, el comandante Bill Kilgne, interpretado por un oscarizado Robert Duvall, pronuncia una de las frase míticas del cine –“me encanta el olor de napalm por las mañanas”– en una de las grandes escenas del Apocalipsys Now de Coppola.
Hasta ahora el cine ha parodiado con notable éxito a los dictadores o a los sanguinarios, como Kilgne, gracias a que el humor es una eficaz herramienta para la crítica acerada, mucho más que los sesudos documentales e, incluso, los dramas. El gran dictador de Charles Chaplin retrató a un ridículo Hitler con quien, además, el director, actor y comediante guardaba un parecido casi genético, toda una venganza de la antropología si se considera el origen judío de Charlot. La muerte de Stalin es una desternillante comedia que refleja mejor que bien la paranoia de quienes rodeaban al sanguinario dictador georgiano.
Pero Trump es quien se autoparodia, es él quien ha encargado emular a Robert Duvall en las playas del Nung en una imagen difundida por su red Truht para advertir a los ciudadanos de Chicago de que se van a enterar de lo que es una guerra. En cuclillas, con el sombrero cuatro bollos de Duval y junto a un Chicago en llamas, el presidente de Estados Unidos aventura qué puede pasarle a los vecinos de esta demócrata ciudad cuando les envíe a la Guardia Nacional. Chipocalyspe Now. Ya hizo el ganso al publicitar el resort que construirá sobre Gaza cuando su colega Netanyahu haya destruido todos sus edificios y expulsado a todos los palestinos. Allí huele a sangre y escombros todas la mañanas.
El nuevo nacionalpopulismo mundial lo cambia todo, el debate político había dejado asentado hasta hace una década una serie de valores comunes que formaban parte del consenso democrático, pero los exégetas del disenso han acabado con ello con un notable éxito popular por parte de los hombres jóvenes y la clases trabajadores más sufridas. Para ellos, es lo mismo dictadura que democracia, no echan en falta una cobertura legal para asesinar a unos narcos en medio del Caribe, los científicos son unos fanáticos y los inmigrantes irregulares llevan el mal en su necesidad. Ay, si Discépolo le cantase un Cambalache al siglo XXI.
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