¡Oh, Fabio!
Luis Sánchez-Moliní
España no le debe nada a las Brigadas Internacionales
La aldaba
Qué bonita ha quedado la Cuesta del Rosario con sus adoquines bien puestos y su plataforma única, que ya veremos cómo se usa, pues en Mateos Gago sirvió para ampliar las terrazas de veladores. Está la Cuesta tan reluciente que pide oraciones en el retablo del Cristo del Amor, tan precioso que solo le falta la voz del capataz o el click del disparo de la cámara de fotos de Arturo Candau. Sólo le falta la subida del misterio de la Presentación al Pueblo, con ese público que protesta si no hay cornetas, solo le faltan las prisas de Pepe Fernández para entregar a tiempo los trajes de flamenca para la Feria en ese comercio de frontera entre Francos y Villegas que por fin tiene el rótulo con su nombre, y solo los clientes a la búsqueda de la cerveza en La Mina, donde atienden como siempre, como antes de la pandemia, cuando los bares eran lugares de libertad. Está la Cuesta del Rosario más limpia, más hermosa, más diáfana, como una casa a estrenar, como la habitación del hotel antes de ser chabolizada. Pide ya el ruido de las maletas de los turistas, la bronca entre conductores y peatones en el paso de cebra a la altura de la Plaza del Pan, y el paseo de Alfonso Pérez de los Santos camino de la Costanilla, más gozosa desde que pasa por ella la Virgen de la Esperanza. Qué bonitos estos adoquines que de momento no se levantan, qué homenaje al estilo de la ciudad de siempre en contraste con la terrible marea negra del asfalto, chapapote hispalense; la sucia losa de pizarra, el resbaladizo pavimento del sector de Santa María la Blanca, la chapuza de la Plaza Nueva que requirió tratamiento con la bujarda o el amarillo horripilante de la Alameda de Hércules.
Tome nota el estado mayor de la Gerencia de Urbanismo y Medio Ambiente: he ahí la senda de las cosas bien hechas. Como la de apostar por los serenos, cobrar el eurito por el espectáculo navideño del río o recuperar la imprenta municipal. Descongestionemos la Galería de los Horrores de una ciudad aliada de belleza pese a los continuos maltratos que sufre. Disfrutemos de la nueva Cuesta del Rosario después del verano puesta patas arriba. Las obras se sufren, pero después se disfrutan. Que le pregunten a los vecinos de Tetuán, O’Donnell o Asunción. No se puede decir lo mismo de la Plaza Nueva, a la que ahora meterán mano para reparar el despropósito de un suelo mortal. Encomendaremos la obra a San Onofre, el santo de la capilla de guardia las veinticuatro horas. Porque mucho peor que aguantar una obra en fase de ejecución, es soportar una chapuza. Y en esta ciudad tenemos un curso especializado en la materia. Alegrémonos de una Cuesta del Rosario que pedía un artículo en modalidad de petalada, que están tan de moda últimamente...
También te puede interesar