NOTAS AL MARGEN
David Fernández
Un milagro por Navidad: salvemos al país
Se llamaba Petra Gallegos. Él le llamaba Petrovna, como una gran duquesa rusa de la familia imperial de los Romanov. Lo hacía, no por meterse con ella sino porque tenía el porte más distinguido que verse pueda. Una especie de Pitita Ridruejo, pero en guapa, siempre bien peinada, mejor vestida y elegantemente enjoyada. De esas señoras que cuando llegan a un sitio todo el mundo pregunta quién es. Él, Rafael Miró, la admiraba y se preguntaba a menudo cómo podía haber tenido la suerte de tenerla a su lado, no sólo por su singular belleza sino porque mientras ella era muy esbelta y serena, él era bajito, dicharachero y con unos ojos azules intensos que recordaban la inmensidad de agua de la que está cubierta la tierra, Niño Miro eterno. Pareja vistosa y singular digna de una revista del corazón de las antiguas.
Pero lo importante de Rafael Miró no eran sus ojos azules sino su nariz que guardaba todos los secretos del vino de Jerez. Pasó su juventud en La Borrachería sin ser ni Domecq ni bebedor, afinando su olfato y empapándose de las anécdotas que después repetiría incansablemente a lo largo de su vida. Era tan querido en la bodega, tan conversador, tan amigo, que formaba parte de ese grupo explosivo que pasó décadas tomando su primera copa a La Ina en punto. Dicen que su nariz era tan certera como la de José Ignacio Domecq. Más de una vez se midieron complementando el uno al otro sus insondables saberes, su mítico don.
Domecq se vendió, sus amigos murieron, incluido su inseparable Diego Ferguson. Buscó refugio en su Casita de Chocolate de Rota (que rebautizó como Róterdam) y en la cocina, cuyos platos regaba con los excelsos vinos que nunca bebía. Eran célebres sus cabrillas guisadas con 51Primera que hasta el mismo Don Juan de Borbón tomó en su exilio de Estoril.
En Navidades encargaba al mejor proveedor de Madrid salmón noruego (cuando el salmón era una rara exquisitez) que regalaba a sus amigos que eran muchos, a todo Jerez. El mérito añadido estaba en que envolvía en papel de regalo uno por uno todos los estuches junto a su tarjeta. Mantuvo su generosidad hasta el último día y, al año siguiente, su hijo Rafael los regaló como un espléndido homenaje.
Petra y Rafael permanecerán en la memoria de quienes los conocimos, recordándonos con apostura que, la vida es, sobre todo, dar. Nos han dejado la incalculable herencia de su forma de estar en el mundo.
También te puede interesar
Lo último