¡Oh, Fabio!
Luis Sánchez-Moliní
‘Valencià’ significa valenciano
TENGO el máximo respeto y admiración por la Asociación Española Contra el Cáncer, pero hay que admitir que no ha estado muy inspirada cuando ha pedido al Ayuntamiento que prohíba fumar en el Parque de María Luisa. La AECC ha iniciado una campaña para que, en total, se penalice el fumeque en 40 sitios emblemáticos de España AECC, algunos tan conocidos como El Retiro de Madrid, la Plaza Mayor de Salamanca, las Lagunas de Ruidera, la calle Larios de Málaga, la muralla de Ávila, las playas de Gijón, los jardines del Palacio de la Granja en Segovia o el propio parque sevillano. Fumar es malo, desde luego, pero mucho peor es un prohibicionismo sin más afán que la chincha rabiña. La fetua, de llevarse a cabo, no aumentaría en absoluto la protección de los no fumadores, pero sí fomentaría una especie de puritanismo de cotorra de Kramer, un control totalitario de las costumbres, una violación del sagrado derecho al vicio. En España ya no cabe una señorita Rottenmeier más.
Ante tal petición, el Ayuntamiento de Sevilla ha puesto su mejor perfil: “es una propuesta valiente y, evidentemente, todo lo que sea defender la salud de los sevillanos y fomentar la salud pública lo tendremos en consideración”. Es decir, que probablemente todo quedará en nada. Pero, por si hay algún Garzón agazapado dispuesto a inculcarnos a golpe de multas las buenas costumbres, recomendaría empezar por otras cuestiones que parecen más urgentes que la de fastidiar a los “hombres-chimenea”, como calificó a los fumadores algún satírico de siglos pasados. Por ejemplo, estaría bien censurar el reggaeton a todo volumen de los chiringuitos de la Plaza de América (Alfonso y Bilindo); o a esos monitores deportivos y de diversas percusiones étnicas que privatizan las praderas del parque para montar sus peculiares y exóticas academias; o a los corredores que pasan rozándote y te dejan envueltos en una nube de olores y aerosoles tan amenazantes como desagradables; o a los siniestros tipos que patrullan las sendas más apartadas y selváticas y te hacen sentir pecaminoso; o a los hooligans escoceses y alemanes que usan la ría de las barcas de José Luis Perales para darse un baño y coger infecciones meridionales...
Dejemos el parque en paz. Siempre fue un lugar de ciertas libertades y vicios, de primeros pitillos y catas en la incipiente sexualidad; de rabonas y siestas gratuitas. Ya está demasiado tocado por el vandalismo, no lo estropeemos más con el puritanismo. Sobre todo, es un exceso pretender que alguien puede dañar al prójimo encendiendo un cigarrillo en medio de esa enorme floresta. Es desconocer lo más elemental de la física.
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