La ciudad y los días
Carlos Colón
Montero, Sánchez y el “vecino” Ábalos
Aquel mediodía de Feria se asomó por el ventanal del Círculo de Labradores un sevillano de figura y oratoria superados hoy por el feísmo imperante. “¡Cuánta donosura en los andares de una pareja sevillana que derrocha alegría, dispuesta a embadurnar el real de la Feria de la juvenil y emergente primavera que emana de ambos! La señora es un fanal de belleza femenina que deslumbra esta sin par calle Sierpes, modelo de gracia y esplendor de la mujer andaluza, dicho sea con permiso del señor, que es un Petronio hispalense, árbitro de la elegancia como mandan los cánones, ejemplo de intelectualidad como su brillante familia!”. Así era Antonio Bustos, el entrañable, irrepetible e incansable promotor de la cultura en su Curso de Temas Sevillanos. Cuando dejaba ese tono de pregón en sesión continua, marca de la casa, te hablaba ya con más intimidad: “Vente un día a dar una charla a mis viejecitos. ¿Quieres darla en el Alcázar o en el Casino Militar?” Y llenaba los salones de señores mayores deseosos de oír, de saber, de preguntar. Mucho antes que Juan y Medio, este Bustos se afanaba en atender a la Tercera Edad, en generar una oferta de muchísima calidad para la que comprometía a profesores de Universidad, empresarios, abogados, artistas, etcétera.
Hoy lo veo entrar del brazo de su señora en el Labradores para tomar el café y la torrija antes de ver las cofradías. Sin necesidad de ser socio era de esos señores que tenían el paso expedito en el club por “prestigio”, como me explicaron una vez. Su saber estar, su generosidad a la hora de organizar actividades sin ánimo de lucro, su incansable trabajo a deshoras le había hecho ganarse lo más hermoso en una ciudad como Sevilla: el respeto, la consideración, el afecto natural. Antonio Bustos era auténtico en un mundo de fatuidades, imposturas, intereses e inmediateces. Por fortuna se lo pudimos reconocer en público y en vida. Hasta organizó una sede veraniega del Curso de Temas Sevillanos en su amada Chipiona. Hoy ponemos un lazo negro de luto en la manigueta derecha de su Virgen del Mayor Dolor, en la capillita de la Pura y Limpia, en la grada 4 de la plaza de toros, en las sillas de la Campana, en la máquina de escribir de esas notas enviadas para la agenda de los periódicos. Hoy sentimos el apretón disimulado que nos da en el antebrazo cuando iba de maniguetero. Y al día siguiente me preguntaba: “¿Viste avanzar poderoso a mi Cristo de la Salud surcando los mares del Arenal en su barco carretero?” Brille la luz perpetua que baña cada mañana la amarilla calamocha del Postigo para este sevillano de estilo propio, generoso y que siempre buscó darse a los demás, aprender y enseñar. Se ganó a pulso el prestigio y el respeto.
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