La descomposición de las ciudades que se ha producido en los últimos cuarenta años ha cargado de culpa a la ideología urbanística derivada de la arquitectura funcional. La mayoría de sus detractores, con más oportunismo que razón y apenas argumentos de peso, han generalizado sus azotes a la zonificación, a las normativas urbanísticas y a los planes de ordenación, hasta pretender calificar de erróneo o negativo cualquier elemento de razón en la disposición de las ciudades. Pero seguir intentando hacer del urbanismo funcional la cabeza de turco que justifique otras veleidades no tiene ningún interés, además de constituir un esfuerzo tan fallido como baldío.