La tribuna

En Sevilla le dio de comer

En Sevilla le dio de comer
Antonio Montero Alcaide
- Escritor

Gustaba la Sevilla medieval de acoger a los reyes que lo merecían y, con gran aparato y celebración, así ocurrió en 1327, hace casi siete siglos, cuando llegó Alfonso XI. La pronta muerte de su padre, Fernando IV, que nació en Sevilla en 1285 y vivió solo veintiséis años, hizo de Alfonso XI un rey niño, pues solo tenía pocos días más que un año en 1312, cuando su padre murió. Se sucedieron, por tanto, distintas y convulsas tutorías, con repetidos enfrentamientos entre grupos nobiliarios y la monarquía representada por la abuela del Alfonso XI, la reina María de Molina, que llevaron a la descomposición del reino de Castilla, con luchas entre facciones. Cuenta la Gran Crónica del rey Alfonso XI que “en ninguna parte del reino no se hacía justicia con derecho; y llegaron la tierra a tal estado que no osaban andar los hombres por los caminos, sino armados y muchos en una compaña por que se pudiesen defender de los robadores”, de modo que no se tenía por extraño hallar hombres muertos por los caminos. Cuando aún no había cumplido los catorce años de edad, en 1325, Alfonso XI asumió el poder del rey. Dos años después, llega a Sevilla y, tras las calamidades de las tutorías, encuentra un gran recibimiento. Cuenta el cronista, probablemente Fernán Sánchez de Valladolid, notario mayor de Castilla con el monarca, que Sevilla “es una de las más nobles ciudades del mundo”, y siempre tuvo hombres de grandes solares y otros muchos nobles señores. El recibimiento del rey fue hecho con muchas danzas de hombres y mujeres, con trompas, atabales y otros instrumentos que hacían grandes ruidos, con muchos juegos de figuras de alimañas extrañas que parecían vivas, y por el río Guadalquivir, casi a modo de naumaquia, había muchas barcas, como una armada, jugando a que peleaban. Antes de entrar en la ciudad, los mejores ricohombres, caballeros y ciudadanos de Sevilla descendieron de las bestias y “tomaron un paño de oro muy noble y lo trajeron en varas encima del rey”. Y este, llegado a la ciudad, encontró todas las calles por donde iba cubiertas de paños de oro y de seda, así como las paredes. Además, en cada una de las casas de los caballeros “pusieron muchas cosas que olían y muchos sahumerios los mejores que se pu-dieron haber”. Ante tal celebración, Ortiz de Zúñiga, en sus Anales de la ciudad de Sevilla, impresos en 1677, refiere que es “la primera vez que se ve mencionado en nuestras Historias el uso del Palio”. Y precisa, aunque sin confirmación de la fuente –“se refiere en papeles”–, que cuando los cortesanos volvían a Castilla, en sus comentarios sobre tan ostentosa entrada, dieron principio al elogio: “Quien no vio Sevilla, no vio maravilla”, así como al adagio: “A quien Dios quiso bien, en Sevilla le dio de comer”. No debe tenerse, en fin, como ombliguismo histórico.

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