“Ha habido una identificación falsa entre antifranquista y demócrata”
Manuel Álvarez Tardío | Historiador y politólogo
Catedrático de Historia del Pensamiento Político y los Movimientos Sociales y Políticos está desmontando con sus investigaciones algunas de las falsedades de nuestra historia reciente Rafael Sánchez Saus “Las dos Españas nacieron con la Constitución de 1812”Justo Cuño “La independencia americana fue una guerra civil española”
Charlamos con Manuel Álvarez Tardío (Madrid, 1972) en un salón de aire becqueriano del Hotel Cervantes. Pasó por Sevilla para participar en el seminario ‘La democracia en España’, organizado y financiado por el proyecto de investigación ‘Gobernabilidad, gobernanza y democratización’, que se celebró en la Academia de Buenas Letras. Este catedrático de Historia del Pensamiento Político y los Movimientos Sociales y Políticos de la Universidad Juan Carlos I es coautor de algunos de los libros más sorprendentes de la historiografía sobre el siglo XX español de los últimos tiempos, como ‘1936. Fraude y violencia en las elecciones del Frente Popular’ (Espasa, 2017), con Roberto Villa; y ‘Fuego cruzado: la primavera de 1936’ (Galaxia Gutenberg, 2025), con Fernando del Rey. En ambos se desmontan desde el más riguroso trabajo historiográfico –basado en el manejo de abundante documentación y un profundo conocimiento del contexto de la época– algunos de los lugares comunes e ideas interesadas difundidas desde los ámbitos de la memoria histórica. Pese a su tono y aspecto tranquilo, Álvarez Tardío ha demostrado no pocas dosis de coraje intelectual en un panorama historiográfico demasiado intervenido por la política e intereses ahistóricos.
Pregunta.–Hablemos de España. Hasta hace unos años el 78 era considerado como una refundación del país para evitar repetir los errores del pasado. Todo este consenso se perdió en torno a la crisis de 2008 y el 15-M. ¿Por qué?
–Se produjo una ventana de oportunidad para que discursos que habían sido muy minoritarios empezasen a calar entre la opinión. Hasta entonces estos discursos vivían solo en algunas facultades universitarias, pero se les puso el altavoz mediático. Reapareció la antipolítica, ese lema de que PP y PSOE son lo mismo. También resucitó un concepto muy español: la regeneración, esa idea tonta y milagrosa de que podemos empezar de nuevo. Estas teorías venían principalmente de sectores de la extrema izquierda, que llevaban años diciendo que el PCE de Carrillo había traicionado a los verdaderos ideales del antifranquismo y que la Transición fue una concesión inadmisible que había permitido la continuidad de ciertas prácticas e instituciones de la dictadura, empezando por la monarquía… Para ellos, regenerar la política era deshacer la Transición.
P.–Sin embargo, un sector de la izquierda intenta presentar la actual democracia como una continuidad de la II República. Algo extraño, porque cuanto más lee uno sobre la República más tiene la sensación de que fue un Estado claramente fallido en apenas cinco años.
–Esa primera idea que usted apunta está presente en la Ley de Memoria Democrática. Se quiere ver una línea de continuidad entre la II República y la Democracia actual, hasta el punto de que la Transición habría sido ingrata con la República al no haber rendido suficiente culto a su importancia. Pero esto es completamente ahistórico, no responde a la realidad. Si la Transición fue un completo éxito en el sentido de la construcción de una democracia sólida es porque los padres constituyentes configuraron el sistema político teniendo muy en cuenta los defectos de la Restauración y la II República. Hay que ser muy tajantes y muy claros. En términos de ingeniería constitucional la II República fue una chapuza. No estaba bien diseñada y de eso aprendieron los del 78. Las cosas que se dicen en los manuales de Bachillerato sobre estos asuntos son un despropósito.
"En términos de ingeniería constitucional la II República fue una chapuza"
P.–¿Hubo un pacto de silencio para obviar la historia de la República, la Guerra y la represión?
–Esta es otra invención de la extrema izquierda sobre la Transición, que nunca le perdonó a Carrillo el giro institucional del PCE. Ha habido una mitificación del antifranquismo y una identificación falsa entre antifranquista y demócrata, cuando eran cosas que no necesariamente significaban lo mismo. Lo que sí hubo en la Transición fue un pacto claro para uno usar la historia como un arma política arrojadiza con la que deslegitimar al adversario y convertirlo en un enemigo al que hay que expulsar del sistema. ¿Por qué? Porque en el año 1931 sí hubo un pacto entre los republicanos y la izquierda para usar la historia como arma arrojadiza y repartir credenciales, señalar quiénes estaban acreditados y quiénes no para competir en el sistema. Los que hicieron la Transición no quisieron repetir ese error.
P.–¿Con las leyes actuales de memoria histórica hemos vuelto a ese punto?
–Ya hablan de memoria democrática, que es una verdadera salvajada, porque supone la imposición vía BOE de un único relato democrático sobre el pasado, de manera que nadie tiene derecho a analizar los documentos y a discutir. Hay un relato moral, con sus buenos y malos, a partir del cual se construye un único discurso sobre un pasado al que llaman “democrático”. Quien no lo comparta no es demócrata.
P.–Algunos defienden que la República fue prácticamente un remanso de paz y que los relatos que ponen el acento en la violencia política en este periodo nacen para justificar el golpe de Estado del 18 de julio. Sin embargo, en sus documentadísimos libros ‘Fuego cruzado’ y ‘Vidas truncadas’, ambos escritos al alimón con el también catedrático Fernando del Rey, demuestran que hubo momentos en los que la violencia fue muy dura.
–Nosotros quisimos ver qué había de verdad en esto que usted afirma, pero con los documentos en la mano... Y luego dejar que el lector decida. Si yo le demuestro que hubo más de 2.000 víctimas entre heridos graves y muertos en apenas cinco meses [Desde la victoria del Frente Popular en febrero hasta el golpe de Julio de 1936], que existió un serio problema de gestión del orden público en muchas partes de España, que se produjo asalto a la vida municipal, una expulsión del adversario, un intento de instrumentalizar políticamente la justicia o que se registró la existencia de patrullas parapoliciales… si le demuestro todo esto, no me diga que la violencia fue un invento de la propaganda de los golpistas. Otra cosa distinta es que toda esa información verdadera fuese usada por los sublevados para justificar el golpe y deslegitimar a la República, como así fue.
P.–Pero antes del Frente Popular hubo no pocos incidentes violentos: la quema de iglesias en el 31, la Sanjurjada en el 32, Casas Viejas en el 33, la revolución o golpe de las izquierdas de 1934…
–Sin embargo, la violencia política no fue exclusiva de España y una democracia no tiene por qué morir por ella. EEUU tenía un nivel de violencia en las elecciones bastante importante y no terminaron de arreglarlo hasta los años 60. El problema de la II República fue que nunca hubo un intento de atajar la violencia desde una posición institucional que reforzase a los moderados. Se dejó que en la izquierda prosperase la idea de que la violencia siempre era fruto de la injusticia social o la provocación fascista y, por tanto, tenía una justificación. El problema, pues, no fue tanto la violencia en sí misma, sino cómo se instrumentalizó políticamente.
“La izquierda no hizo una revisión crítica de lo que ocurrió en octubre de 1934”
P.–Ahí está la mal llamada Revolución de Asturias, un fracasado asalto al poder en toda norma.
–Octubre de 1934 fue una auténtica barbaridad, es prácticamente un golpe de estado frente al gobierno legítimo del republicanismo de centro-derecha. Tuvo como resultado más de 1.000 víctimas mortales, entre ellas 200 agentes del orden y miembros del ejército. Pero luego, sorprendentemente, no hubo desde la izquierda un proceso de revisión crítica de lo sucedido, sino, al contrario, una idealización que llevó a un discurso de apología a la Revolución de Octubre. La base de la propaganda del Frente Popular en las elecciones de 1936 fue la amnistía de los protagonistas sobre la base de que lo que habían hecho estaba bien. Por tanto, todos los que defendieron la legalidad republicana estaban atacando la democracia. La justicia al revés.
P.–Uno de sus grandes libros es ‘1936. Fraude y violencia en las elecciones del Frente Popular’, que escribió junto a Roberto Villa y supuso un autentico terremoto en la historiografía española. Se demuestra que hubo fraude electoral, algo que no sentó muy bien a algunos.
–Era un tema muy complicado, porque el fraude electoral del Frente Popular fue una de las bases del relato franquista. Lo que hicimos no fue solo un estudio sobre lo que pasó en el recuento electoral y la elaboración de las actas, sino también contamos qué estaba pasando en las calles y el Gobierno. Yo creo que fuimos los primeros que dijimos que se formó el gobierno cuando aún no se había acabado el recuento, que durante el recuento hubo una movilización subversiva que buscó repetir lo que había pasado en abril de 1931: dar por hecha una victoria antes de que estuviese certificada. Y eso implicó exclusión del adversario y la manipulación. Fuimos los primeros que contamos el proceso electoral, que fue muy largo, con un gobierno débil y cobarde, el de Portela Valladares, que no quiso poner orden, por lo que hubo posibilidades para un fraude localizado. No estamos hablando de un fraude generalizado, como algunos desde el franquismo han querido ver interesadamente. Con los datos que tenemos el Frente Popular sí ganó, pero no por mayoría absoluta. Lo que sí hubo fue una construcción de esa mayoría absoluta basada en un fraude localizado.
P.–Ahora se recurre mucho al paralelismo entre nuestra época y los años 20 y 30 del XX para explicar la crisis de la democracia liberal. ¿Un cliché?
–Hay una parte de verdad, pero a veces es una comparación oportunista. Sí hay parecidos inquietantes: la antipolítica, la crisis del parlamentarismo, cámaras muy fragmentadas que no dan soluciones legislativas a problemas sociales…
P.–¿Y la universidad? Vemos con preocupación escraches y manifestaciones violentas contra conferenciantes
–La Universidad, en las ramas de humanidades y sociales, está muy politizada. Se están poniendo estos estudios al servicio de fines ideológicos. Es un fenómeno que se da, sobre todo, en el mundo de la izquierda debido a la frustración que supuso la caída del comunismo y la gran victoria de las democracias liberales. Sectores de la ciencia política y de la historia contemporánea están generando discursos que son ahistóricos. El relato moral e identitario es más importante que la evidencia histórica.
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