Si haces algunas de estas cinco cosas tienes heridas de la infancia: "Tienes que ser conscientes de ellas para curarlas"

Cómo sanar las heridas de la infancia

Las heridas no son visibles y pueden afectar en el día a día durante la vida adulta

Estos son los rasgos de una persona que ha sido rechazada en la infancia, según la psicología

Niños y sus padres
Niños y sus padres

En la edad adulta se tienen muchas responsabilidades, pero durante la etapa de la infancia se aprende muchísimo. Está formada por muchas experiencias, algunas buenas y otras malas. En muchas ocasiones, la mayoría de los niños atraviesan por situaciones que dejan heridas emocionales profundas, que repercuten en su desarrollo psicológico y en la manera en que, de adultos, perciben el mundo y se relacionan con los demás. Estas heridas mentales de la infancia no son golpes visibles en la piel, sino cicatrices invisibles en la mente y en el corazón, y reconocerlas es el primer paso para sanarlas. Javier de Haro, psicólogo y padre, analiza cuáles son los cinco comportamientos que detallan que una persona tiene heridas de la infancia: "Se pueden curar, pero se deben reconocer".

¿Qué son las heridas de la infancia?

Son aquellas experiencias dolorosas o traumáticas que un niño no logra procesar adecuadamente y que dejan una marca duradera en su autoestima, confianza y capacidad de relacionarse. Pueden originarse tanto en contextos de violencia o abuso, como en situaciones más sutiles de abandono emocional, rechazo o falta de apoyo. No siempre son producto de una intención maliciosa. Muchas veces, padres y cuidadores repiten patrones aprendidos o actúan bajo estrés, sin ser conscientes del impacto que generan. Pero para el niño, que interpreta el mundo con menos recursos emocionales, el daño puede ser significativo.

Tipos de heridas emocionales más comunes

Estos son los cinco comportamientos que demuestran que las personas adultas han tenido heridas en la infancia: En primer lugar, pides perdón por todo y todo el tiempo. También te sientes mal si descansas o te cuidas. En tercer lugar, no sabes decir que no incluso cuando sabes que decir que si te hace daño. En cuarto lugar, te esperas que pase lo peor y te preocupa casi todo. Por último, cuando alguien te valora positivamente, sientes que no lo mereces o te cuesta mucho aceptarlo. Si todas estas conductas interfieren en tu día a día piensa que estas se pueden curar, como indica el psicólogo.

Consecuencias a largo plazo

Si por el contrario, no las curamos, estas pueden repercutir negativamente en la salud. Estos son varios ejemplos de lo que puede pasar a largo plazo:

  • Relaciones interpersonales complicadas: dificultad para confiar, dependencia emocional o miedo al compromiso.
  • Autoestima frágil: sensación de no ser suficiente, de no merecer amor o éxito.
  • Ansiedad y depresión: la herida no resuelta se traduce en malestar emocional crónico.
  • Conductas autodestructivas: abuso de sustancias, atracones de comida o autolesiones.
  • Somatización física: dolores de cabeza, problemas digestivos o fatiga derivados del estrés emocional.

En algunos casos, las heridas infantiles pueden incluso aumentar el riesgo de desarrollar trastornos psicológicos más graves, como el trastorno límite de la personalidad o la depresión mayor.

Señales en la infancia

Algunas pistas de que un niño está desarrollando una herida emocional pueden ser:

  • Timidez excesiva o retraimiento social.
  • Conductas agresivas o desafiantes.
  • Problemas de sueño o pesadillas frecuentes.
  • Dificultad para concentrarse en la escuela.
  • Somatización (dolores frecuentes sin causa médica clara).
  • Apego excesivo o, por el contrario, aparente frialdad.

Reconocer estos signos a tiempo puede ayudar a intervenir y evitar que la herida se profundice.

Cómo sanar en la adultez

Aunque las heridas emocionales de la infancia pueden ser muy dolorosas, también es posible sanarlas y transformarlas. El proceso requiere paciencia, autoconocimiento y, en muchos casos, apoyo terapéutico.

Algunas estrategias son:

  1. Tomar conciencia: identificar la herida y aceptar que forma parte de nuestra historia.
  2. Terapia psicológica: especialmente útil la terapia cognitivo-conductual, la terapia EMDR (para traumas) o la terapia de esquemas.
  3. Autocompasión: aprender a tratarnos con amabilidad en lugar de repetir el patrón de crítica interna.
  4. Reprogramación de creencias: trabajar en superar frases interiorizadas como “no valgo nada” o “nadie me quiere”.
  5. Relaciones sanas: rodearse de personas que aporten apoyo, respeto y validación.
  6. Escritura terapéutica: llevar un diario ayuda a procesar emociones y dar sentido a experiencias pasadas.
  7. Mindfulness y meditación: prácticas que fortalecen la conciencia del presente y reducen la rumiación.

La importancia de la prevención

Aunque muchos adultos buscan sanar sus heridas, lo ideal es prevenirlas desde la infancia. Para ello, padres, maestros y cuidadores juegan un papel esencial:

  • Escuchar activamente a los niños.
  • Validar sus emociones, incluso las negativas.
  • Evitar comparaciones y críticas destructivas.
  • Establecer límites claros, pero con respeto.
  • Dedicar tiempo de calidad y mostrar afecto de manera constante.

Referencias bibliográficas:

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